sábado, 9 de junio de 2018

Soria - Garray-El Bellosillo.


 
Seguimos disfrutando de la primavera pero hoy con una de nuestras rutas de “andar por casa”, en las que no necesitamos coche ni ningún preparativo especial, solo ganas de salir a caminar y a observar la naturaleza,

 Nuestro punto de encuentro hoy es  la puerta de la cárcel y tras alguna broma al respecto iniciamos el recorrido hacia Garray por el camino tradicional y archiconocido paralelo a la carretera primero  y pasando por la pasarela de madera para atravesarla después.

Un sendero de tierra pasando por las perreras va dirigiendo nuestros pasos hacia el vecino pueblo, rodeados del gran verdor de los campos salpicados por aliagas y otras plantas que nos ofrecen su gala primaveral; a nuestra derecha el Duero lo  tenemos muy próximo y podemos escuchar el sonido del agua. El cielo está semicubierto de oscuras nubes que amenazan lluvia pero esperamos acabar nuestro camino sin sentirla.
 

 Las neblinas se interponen en las montañas lejanas y Vicente no puede resistirse a la tentación de fotografiarlas.

 Un cartel en una zona de recreo nos muestras lo que podemos ver en la lejanía del paisaje: De derecha a izquierda divisamos el cerro Numantino, Peña Judía, Alto Real y el Castillejo, algunos de los antiguos asentamientos de  campamentos Romanos que asediaron Numancia.


  No tardamos en llegar al dinosaurio que anuncia Garray y aunque ya tenemos otras fotos con él, nos hacemos  otra más. Este monumento es parejo a otro que existe en la salida del pueblo y se trata de un PARASAUROLOPHUS cuyo autor es el cántabro Ramón Ruiz LLoreda.


 Los sauces de la pradera acondicionada para el baño al lado de los ríos Duero y Tera ya empiezan a desparramar sus colgantes ramas y en el agua  hay algún pescador madrugador al que saludamos desde el puente.


 El almuerzo hoy es  antes de lo habitual porque no podemos desperdiciar la oportunidad de tomarlo en el Goyo. Después de torreznillos y tortilla y de un  delicioso ratito de conversación alrededor de la mesa, reanudamos nuestro camino para lo que atravesamos nuevamente el puente de Garray, construido en el siglo XVI para virar a la derecha y seguir a la contra el cauce del Duero que baja bien caudaloso.

Caminamos  primero por un camino asfaltado y  más tarde por senderos cómodos y flanqueados por  esplendorosos campos verdes. La  cámara de Vicente va captando cada pequeño detalle que se encuentra en su trayectoria: calaveras, perros, gatos, una cigüeña en la lejanía de un prado y hasta un minúsculo caracol que atravesaba el camino es recogido por su  objetivo.



Giramos en el sendero hacia la izquierda para acercarnos a la base del Bellosillo y desde los depósitos de agua tenemos que saltar las vallas que todavía cierran este lugar al público.

El ascenso no es muy costoso y merece la pena porque siguiendo las indicaciones de los carteles y el recorrido marcado por las flechas vamos dando vuelta a la cima, oteando en la lejanía toda la serranía Soriana: Picos de Urbión. Cerro del Castillejo, Pico Cebollera, Sierra Carcaña, Sierra de Inodejo, Altos del Zorraquin, Sierra de Cabreras, Pico Frentes, Cerro  de San Juan, Sierra del Almuerzo, Sierra del Madero. Monte de las animas, Moncayo…Es decir que  indiscutiblemente ha sido un gran acierto sellar el antiguo vertedero y convertirlo en este  lugar tan  agradable para contemplar estos escenarios, solo falta que crezca la vegetación  porque está un poco “pelao”


Una foto en el punto geodésico antes de iniciar la bajada y alguna compañera busca y encuentra recuerdos antiguos dejados por aquí en otras ocasiones.


Bajamos la loma para llegar justo al Cementerio de Las Casas y en su puerta nos espera una asombrosa sorpresa de la que no fuimos capaces de adivinar su significado. Un pequeño mantón rojo a modo de mantel con diferentes platos de comida que parece que nadie ha tocado, pero si vasos,  unos vacíos y otros llenos todavía, botellas, cigarros y puros apagados sobre la comida, un abanico abierto y monedas de euros incrustadas entre lo alimentos. No supimos qué pensar sobre este hallazgo, nos pareció algo relacionado con una cultura diferente.

Atravesamos la carretera de forma rápida porque el lugar por el que lo hacemos no es muy seguro precisamente, para alcanzar el camino por el que hicimos la ida y volver a la parte alta de Soria.


Contentos porque la lluvia nos ha respetado y porque hemos gozado caminando y conversando  en una  sencilla, cercana y grata ruta entre amigos.

 Soria, 12 de mayo de 2018

Emi

jueves, 7 de junio de 2018

PASEO POR LOS ABUELOS DEL BOSQUE



                                   (COVALEDA, 2 de Junio 2018)

 
             El título de esta crónica podría parecer que contiene una incorrección gramatical. Hubiera sido más propio cambiar la preposición del encabezamiento y decir que hemos paseado CON los abuelos del bosque, si no fuera porque tales “abuelos” permanecen quietos, inmóviles, impasibles ante nuestra presencia, pero llenos de energía  estos habitantes naturales del  espectacular y frondoso bosque covaledense, donde admiramos con emocionada sorpresa la longevidad que rezuman  no pocos ejemplares de la masa arbórea que coloniza este territorio, testimonio fehaciente de una naturaleza sabia, que ha  dejado destellos de belleza biológica y orgánica en estos supervivientes de mil batallas contra todo tipo de adversidades ambientales y climatológicas, y que la tradición popular ha personificado  con el familiar término  que nos habla de su edad.
 

            A las 7,00 h. partimos hacia Covaleda diez compañer@s del grupo. El día presenta  un aspecto luminoso y soleado, no obstante las previsiones meteorológicas que vaticinan la posibilidad de algún chubasco o tormenta durante la mañana. Afortunadamente, las previsiones no se cumplieron  y gozamos de una espléndida jornada entre el relajante olor a pino y el murmullo  del agua que  producen los caudalosos arroyos que riegan las entrañas de este bosque, por momentos, encantado.


           
Al filo de las 8,00 h. hemos llegado hasta las inmediaciones de Bocalprado, donde dejamos los coches para iniciar desde aquí la ruta. Una prolongada, aunque no excesivamente pronunciada, subida por una cómoda pista forestal nos pone en el paraje de Tejeros, tras una primera etapa de algo más de 3 Km. Desde aquí nos dirigimos hacia el primer objetivo de nuestra visita: conocer el “Pino Rey”, que sería como darle el atributo de “abuelo mayor” del  bosque. Desde el collado de Tejeros apenas cuatrocientos  metros nos separan de nuestro centenario pino silvestre de regio calificativo, que muestra pujante sus extraordinarias medidas: 6,12 m. de perímetro basal; 17,5 m de altura; 13,0 m.de anchura de copa. Un peso calculado sobre 18.000 Kg. Y una edad estimada    entre 450-500 años. No es el único que llama la atención, pero sí tal vez el espécimen que mejor representa esta particular “sociedad gerontológica” arbórea, que ha echado raíces (nunca mejor dicho) en las estribaciones del Urbión. Junto a él, y adentrados en esta parte nororiental del pinar de Covaleda, vamos descubriendo otros  “pinos zamplones” como también se les conoce (no busquen en el diccionario el término “zamplón”; no existe) que rivalizan con el “rey” del monte. Son pinos silvestres grandes, hermosos a nuestros ojos por las formas retorcidas y singulares que poseen, pero probablemente faltos de valor para la calidad y aprovechamiento de su madera. En esta parte del monte, más expuesta a los  elevados fríos del invierno y con  menos profundidad de suelo, los árboles desarrollan menos altura y su porte es menos esbelto y alargado. Abundan los ejemplares achaparrados, más gruesos, ramosos y con copas más abiertas. La mayor lejanía del pueblo y su menor calidad maderera, como se ha apuntado, hizo que se dejara de lado su aprovechamiento, lo que unido al sistema de tala controlada y suficiente para satisfacer las necesidades económicas del municipio, ha permitido que se conserve hasta nuestros días este  espectacular, raro,  visitado y admirado  pino albar.


            En nuestro camino por este paseo entre los “abuelos”, encontramos unas curiosas y rudimentarias plataformas aéreas sobre los pinos, a las que se accede, no sin ejercer cierta pericia, a través de una rústica escalera de madera apoyada sobre el tronco del mismo. Se trata de puestos de vigilancia y observación al paso de las palomas en época de caza, que, a juzgar por su aspecto, hace tiempo que no se utilizan.

            Abandonamos esta parte del pinar, mientras vamos admirando ejemplares de  “zamplones” que se presentan a nuestro paso, a cuál más curioso en formas de crecimiento, ramaje, magnitudes y tamaños….lo que nuestro  imaginativo serpa aprovecha para dejar impresa en su cámara alguna imagen surrealista de difícil ejecución material: nada menos que sentar en una elevada rama de un pino a nuestras chicas; todo una muestra de ingenio y humor fotográfico.

            Hemos salido de la frondosidad del collado de Tejeros y de nuevo retomamos una cómoda pista forestal para enfilar hacia el “Muchachón”, pero antes, y de camino hacia el mismo, tomamos la desviación que conduce al refugio de “Tres Fuentes”. Un hermoso y pequeño refugio de montaña, primorosamente conservado y mejor cuidado, desde el que se nos ofrecen unas  espectaculares vistas de los perfiles del pantano de la Cuerda del Pozo. La mañana es clara y diáfana, lo que facilita que los horizontes que se contemplan desde esta privilegiada plataforma  (estamos a 1.900 metros de altitud), nos trasladen con la vista hacia otras cumbres que se dibujan en la lejanía, donde parece existir un punto de sutura entre el tejido celeste y la cresta montañosa que lo une con aquel. Muy cerca del refugio se ha sustituido la anterior torre de vigilancia contra incendios por otra más moderna, que además incorpora elementos de transmisión de datos a las empresas de telecomunicaciones.

           
Dejamos el refugio y el agradable regusto de las vistas contempladas para dirigirnos hacia otro no menos emblemático paraje de estas latitudes: el Muchachón.  Como nativo de estas tierras, me preguntan mis compañeros con frecuencia  el origen o motivo del nombre de estos  parajes. Difícil respuesta. Los hemos conocido desde siempre bajo esta denominación, pero ignoro de dónde derivan estas expresiones, tan familiares a nuestro oído  que no entra en nuestra prioridad  preguntarnos el por qué de su identidad nominal.


          
  Continuamos pista adelante (la misma que  conduce hasta la falda del Urbión) y en pocos minutos hemos llegado a la explanada del Muchachón, desde donde  descendemos por una suave y corta pendiente hasta el refugio del mismo nombre. Como todo refugio de montaña, presenta una sólida y robusta construcción en piedra de sillería, resistente a las inclemencias meteorológicas que por estas cumbres son tan habituales.  El interior es de una única pieza, a diferencia de otros refugios que disponen de  dos estancias, la pieza de la entrada, donde se ubica la cocina francesa  y una habitación separada. Esta sencilla forma de distribución cumplía la doble función de proporcionar  techo y cobijo al vigilante que atendía la torre de control contra incendios, así como a   transeúntes ocasionales y, a la vez, guardar los equipos y útiles para el uso y mantenimiento de las citadas torres de control que se levantaban junto a los refugios. Este del Muchachón también tuvo en su momento dos piezas diferenciadas, mientras existió una de las citadas instalaciones anti-incendios junto al mismo. Una vez desaparecida esta, se eliminó el tabique de separación, dando como resultado una amplia y cómoda estancia, con su irrenunciable cocina francesa, dotada de una larga mesa y bancos adosados para hacer más confortable la permanencia de sus transitorios ocupantes. Observo caras de sorpresa al entrar en el mismo por las comodidades que nos brinda para nuestra necesaria parada gastronómica, pero sobre todo por lo cuidado y limpio que se presenta al visitante. Como todos nuestros recesos gastronómicos de ruta no falta el buen humor, las impresiones que nos deja este paseo, primero “con” los abuelos del bosque y después entre los esbeltos y elegantes pinos de esta afortunada tierra del Urbión. Tampoco faltan la tortilla, la bota, los arándanos rellenos de chocolate, los frutos secos variados y hasta el café humeante, gentileza en este caso de José María y Alicia. Unas vacas que pacen por allí no son ajenas a nuestra presencia y se han acercado hasta la misma puerta del refugio, en actitud curiosa por conocer a esos extraños okupas de sus pastos y dominios.

            Cuarenta y cinco minutos nos separan de nuestra próxima parada: el refugio del “Becedo”. Ahora caminamos en pronunciado descenso, casi siempre bajo la sombra protectora de nuestros esbeltos y silenciosos ocupantes de este reducto montañoso, privilegio envidiable que la naturaleza ha otorgado a estas tierras. La pendiente discurre a veces por la torrentera natural que ha dejado el agua en su caída, lo que obliga a afianzar nuestra pisada para evitar cualquier incidente. En la bajada, conocemos una fuente canalizada, a la que se ha dotado de una minúscula pileta de retención de agua, y que da origen al arroyo de la “Ojeda”, que ya tuvimos ocasión de admirar no hace muchas semanas en su expresión más bravía en la cascada del mismo nombre.

            Los últimos metros de esta penúltima etapa son llanos y no faltan espontáneas muestras de belleza natural, en forma de rocas que parecen talladas simétricamente con cortes longitudinales y verticales, emulando la distribución de espacios para un motivo pictórico.

            Y ya tenemos a la vista el refugio del “Becedo”. Llama la atención por la singularidad de su diseño: dispone de un pórtico de entrada, al que se accede no por una puerta, como es lo habitual, sino a través de unos barrotes que obligan a colocar el cuerpo de perfil para traspasar a su interior, lo que dificulta enormemente el paso de quienes hagan gala de un organismo caracterizado por su redondez. Sobra la explicación del motivo de esta singular intencionalidad: por aquí es frecuente el ganado suelto y no se ha pensado que ocupen este envidiable surtidor de sombra los astados que pastan por estos pagos. Una vez dentro del porche, y tras franquear la puerta de entrada al interior de la dependencia,  impresiona la limpieza y exquisita conservación que presenta. Es de una pieza, sin mobiliario que lo complemente, pero resulta acogedor y confortable por su amplio espacio y la sensación de encontrarte en un lugar cuidado, a la vez que compartido.

            Fotos de rigor, bromas sobre la corpulencia o delgadez para atravesar los barrotes con mayor o menor facilidad y desde aquí ponemos rumbo, última etapa, hacia nuestro punto de partida, para completar el circuito circular que marca el wikilock de nuestro serpa. Es algo más de un Km. lo que nos separa de Bocalprado, mientras por el camino, en este caso la pista forestal, nuestro benjamín del grupo, Miguel, no se resiste a fotografiarse junto a una fuente que hay en el margen izquierdo de la carretera, la “Fuente Los Vagos”.….Nada personal ni otras  intencionalidades asociativas con el nombre; simplemente un capricho juvenil.

            En el trecho que separa el Becedo de Bocalprado podemos apreciar el resultado del trabajo habitual que se realiza en los pinares: en esta zona se ha llevado a cabo recientemente una tala de pinos, que permanecen distribuidos a lo largo de la cuneta de la carretera, limpios ya de  ramaje, algunos conservan en su integridad el tronco aprovechable, otros han sido cuidadosamente cortados en estudiadas proporciones y todos preparados para su transporte a la serrería, donde se transformarán en útiles productos madereros. Es la ley de los montes: el aprovechamiento de sus recursos forestales mediante talas controladas, para hacer un sistema sostenible de  riqueza productiva.

Y puesto que hemos caminado entre pinos y rocas, admirando y disfrutando la belleza natural de estos parajes, quiero terminar   el relato reproduciendo el sentido soneto que  D. Víctor Algarabel Lallana, cura-párroco que fue de Covaleda por los años 60 y 70 y enamorado de estas tierras, dedicó al pino albar:

           

Mi pino albar, parábola extendida.

Raíces, tronco y copo en armonía.

Desnudo. Nada más. Tu lozanía

existencial pletórica escondida.

 

Abrazado a las rocas hasta el cielo

lanzarás tu esperanza en agonía,

cuando el recio huracán, la nieve fría

pretendan abatirte por el suelo.

 

No hay hombre sin ayer –raíz profunda-

en viva humanidad y sabia anclado;

sin tallo firme, de su hoy enamorado,

 

desnudo de barroca barahúnda,

viviendo su expansión –limpia madera-;

de la vida lanzado. ¡Dios le espera!

AGNELO YUBERO

 

POR TIERRAS DE LA CUENCA (26/5/2018)


“El orden invertido”. Así podría ser el título de esta crónica. Normalmente, la actividad del grupo comienza por colgar en nuestra web,  con  antelación suficiente, el itinerario y fecha para realizarlo. Llegado el día, se inicia la ruta en el punto convenido y, después de un tiempo de caminata, en función de la distancia a recorrer, hacemos la obligada parada para recuperar energías y dar cuenta de las viandas  que compartimos. Luego, continuamos la marcha hasta completar el recorrido acordado. Este es el orden lógico de nuestra actividad. Este sábado, 26 de Mayo, sin embargo, hemos invertido el orden: primero, hemos dado cuenta del  almuerzo de media mañana y después, el sabinar que cerca las inmediaciones de La Cuenca, ha sido testigo de nuestro paso por el suelo que lo ha visto crecer.

Pero empecemos desde el principio.   







Son las 7,30 h. El día ha amanecido con una climatología hostil para la práctica senderista: una intensa lluvia y la amenaza de tormentas frustra nuestra intención de hacer la ruta programada, que nos hubiera llevado por las cumbres de Santa Inés y Peñas Albas. Se impone un cambio de planes alternativo a esta adversidad. José Antonio  y Ángel valoran la posibilidad de hacer un trayecto por vías que no estén afectadas de excesiva humedad y tener la oportunidad de hacer un camino menos incómodo. Proponen que nos dirijamos a la “Peña el duro”, ya que la ruta transcurre fundamentalmente por carretera. Con este propósito salimos en cuatro coches hacia Pedrajas desde nuestro habitual punto de concentración, para enfilar la ruta hacia la famosa roca tallada con la antigua moneda de cinco pesetas. La concurrencia en esta ocasión es numerosa y hasta veinte integrantes del grupo nos damos cita en este pequeño barrio de Soria. Pero al llegar aquí la lluvia se hace más intensa. Descartada, por tanto, la alternativa prevista, hay que buscar  un plan C que nos ocupe la jornada. Ante la incertidumbre de la situación, algunas compañeras optan por regresar a Soria atendiendo a motivos laborales o personales, mientras el resto valoramos otra opción válida, que no sea a campo abierto, en tanto persista la lluvia.

Sin bajarse del coche, Vicente, felizmente recuperado para la causa senderista, sugiere, a los que han llegado antes y se refugian del agua en la marquesina de la parada del autobús de Pedrajas, que vayamos  a la casa que tiene en La Cuenca y disfrutar allí de un novedoso y generoso almuerzo, a la espera de que las condiciones climáticas sean más favorables a nuestro propósito.

La sugerencia es unánimemente aceptada y en pocos minutos se organiza la logística para la provisión de viandas que el evento requiere: José A. y Elisabel se ofrecen para proporcionar huevos de sus gallinas “ecológicas”, además de los productos  básicos para hacer   una ensalada; Ángel y Ana se desplazan a Soria para adquirir en un conocido establecimiento hostelero una ración suficiente de torreznos marca de nuestra provincia; no falta la proverbial tortilla que acompaña nuestras rutas, ya dispuesta en la mochila de su proveedor habitual, junto a la inseparable bota de vino, hermanada con la anterior y compañera inexcusable de sus correrías por caminos y quebradas. Además, contamos con las provisiones preparadas en la casa de nuestro anfitrión, que no son pocas y, sobre todo, de la selecta bodega que guarda celosamente en su peculiar dacha. Por si fuera poco, alguna compañera nos ha sorprendido con una par de botellas “Marqués de Cáceres”, complemento ideal para lo que promete ser un opíparo almuerzo.
 

Ha pasado algo más de media hora desde que nos separamos en Pedrajas y ya nos encontramos  en el domicilio-refugio de Vicente los diecisiete compañeros/as que hemos coincidido en esta desapacible y lluviosa mañana de Mayo.

La vivienda es una casa-museo anárquico de imposible catalogación: elementos de etnografía, de numismática, de historia personal y local, almacén de un anticuario, cementerio de cosas aparentemente inútiles, colecciones de objetos raros, de fotografías de épocas pasadas, piezas desgastadas o desfiguradas por la herrumbre, aparatos de música modernos…La muestra de lo allí expuesto es inclasificable y, sobre todo, exhibido con total anarquía. Lo difícil no es encontrar en la casa de Vicente  un instrumento, pieza, objeto o mueble raro, original  o antiguo….Lo verdaderamente  difícil es averiguar el color de la pintura que recubre las paredes de cualquier estancia de su casa, porque no queda ni un centímetro cuadrado de éstas visible a la curiosidad del visitante. Tal es la abundancia y abigarramiento de piezas expuestas, que las paredes se antojan meras entelequias de una construcción pensada para la exposición, no para la contención de una vivienda.

Resignado, nos asegura Vicente que su esposa, Pili, apenas se pierde por La Cuenca para compartir la casa con su entusiasta marido. Lo comentamos entre nosotros y llegamos a la misma conclusión: nos parece  normal y comprensible la decisión de su señora. Solo  pensar que tanta pieza allí presente requiere un repaso con la bayeta o algún desvencijado elemento que allí se amontona necesita un toque para su presentación decorosa, se le quitan las ganas de pisar esta singular morada. Y no solamente a ella: a cualquiera que tuviera la misma intención, le produciría urticaria la idea de dar lustre o poner algo de orden en esta   ilimitada exposición de  recuerdos y vivencias personales. Por otra parte, quien prefiere disponer de un ambiente doméstico despejado y espacioso, donde disfrutar de la intimidad y comodidad que proporciona el hogar familiar, no puede por menos que sentir cierto agobio ante esta avalancha de objetos y elementos que invaden con indisimulada voracidad todos los rincones y recovecos disponibles.

Dicho lo anterior, la casa de Vicente, hombre de trato afable, campechano y generoso, es algo más que un montón de recuerdos abigarrados entre las paredes de una casa. Si se me permite la licencia, yo diría que este museo caótico rezuma pasión, romanticismo, y hasta un toque poético. Es lo contrario a un orden lógico en la variada gama de historias allí representadas, tanto  personales como colectivas. Más bien, constituye la genuina expresión de la espontaneidad, acompañada de la fuerza que  surge de las experiencias y fantasías hechas realidad en un rincón de la sierra de Cabrejas, sin otra intención que reproducir su vida, su entorno, su ambiente,  a través de los objetos e imágenes que impregnan las paredes de esta peculiar exposición. Vicente, sin pretenderlo, juega con dos seculares conceptos filosóficos: espacio y tiempo.  El contenido de su casa es un símbolo del rapto del TIEMPO pasado,  haciéndolo presente vivo, para apresarlo en el  reducido ESPACIO  de su refugio conquense. Recuerdos, sueños, pensamientos…, todo lo que allí almacena encierra una historia cargada de añoranzas y emociones. No ha perseguido  hacer una exposición con fines culturales o artísticos, ( si acaso, podría extraerse más de una lección didáctica de su casa-colección-museo), sino la expresión personal de momentos de su historia y el mundo que le ha tocado vivir: una fotografía del niño que fue, con el pelo erizado por efecto del agua con azúcar que aplicaban las madres para mostrar un cabello hirsuto y un peinado vistoso, la colección de relojes de cuco o la muestra de un billete falso de 50 €, decorosamente enmarcado, por citar algunos ejemplos, son solo hitos que él  explica con pasión sobre acontecimientos y/o sucesos de su experiencia vital. No creo que a Vicente se le deba aplicar la etiqueta del mal llamado Síndrome de Diógenes, a pesar de su indisimulado afán por almacenar antigüedades o reliquias de muebles herrumbrosos. Más bien me parece la obra de un romántico que se ha puesto por montera el orden, la corrección o la pulcritud que exige mostrar tanto objeto a la vista de los demás, para  exhibir  imágenes y recuerdos que el paso de los años  ha teñido de tonos ocres.

Y una vez escudriñado cada rincón de la casa, generosamente mostrada por nuestro anfitrión, vamos con los preparativos para poner sobre la mesa el menú de este inesperado y original almuerzo.

En un breve intervalo de tiempo han llegado Angel y José A. con los productos comprometidos para la ocasión.

Sin desmerecer la modesta contribución de los chicos que hemos preparado la mesa, dispuesto la vajilla  y distribuidas las sillas para acomodo del resto de compañeras/os, (la casa de Vicente cuenta con recursos suficientes para el grupo que nos hemos reunido…y más), no puedo por menos de reconocer la diligencia y disposición de nuestras chicas a la hora de atender las tareas culinarias para que todo estuviera a punto en su lugar y momento. 

En un plis-plas nos encontramos todos acomodados para dar cuenta de esta improvisada celebración, con la indisimulada satisfacción de compartir viandas entre un grupo de amigos a quienes une una misma pasión. Excelentes los huevos fritos que Alicia prepara con esmero en la cocina de butano de nuestro anfitrión; refrescante la ensalada que Elisabel ha troceado con innegable esmero; sabrosos y crujientes los torreznos que  ha proporcionado Ana Bernal; y qué decir de la habilidad de Ana de la Hoz para descorchar los Riojas dispuestos en la mesa….Y, por supuesto, la entusiasta aportación del resto de compañeras, completando detalles  que facilitan la más exquisita atención colectiva. En fin, todo un alarde de organización y eficacia ante la  novedosa situación, pero, sobre todo, una muestra más de  camaradería y unión, seña de identidad del grupo. A ello se añade la labor técnica  de nuestro serpa para recoger las mejores imágenes del momento, que luego veremos en el audiovisual de la jornada, testimonio histórico de cada salida por esos campos de nuestra geografía.

Hemos satisfecho nuestras necesidades gastronómicas y ha mejorado considerablemente el tiempo.  Luce un sol primaveral, con intervalos de nubes, que nos invita a practicar lo que no hemos podido hacer hasta ahora. Ante esta circunstancia, la opción propuesta es hacer un pequeño recorrido por el sabinar de las inmediaciones de La Cuenca, no sin antes conocer el pueblo de nuestro anfitrión, que se muestra encantado de enseñarnos, empezando por el jardín próximo a su casa y almacén anexo, que, como no podía ser de otra forma, está saturado de trastos de difícil uso práctico. Casas recuperadas y algunas reconstrucciones de antiguas chimeneas cónicas  no muy afortunadas, se mezclan con otras cuidadas fachadas, que reproducen la esencia de la arquitectura rural y ofrecen la decorosa imagen de una localidad bien conservada.

Abandonamos el pueblo por el sitio donde yacen dos hermosos ejemplares de troncos de sabina,  junto a un antiguo herradero de caballerías y el lavadero colectivo que fue, para adentrarnos, tras un corto recorrido por tierras de labranza, en la extensión del monte enebral que desciende de la sierra de Cabrejas  y se  integra en el sabinar de Calatañazor, incluido en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. Este bosque, acogedor y longevo, contiene una de las escasas masas de sabinas albares (Juniperus Thurifera) de porte arbóreo y gran altura. Forma parte del gran sabinar de páramo más extenso y mejor conservado de la Península e, incluso, a nivel mundial. La sabina albar prolonga su vida hasta los 300 años, aunque puedan vivir hasta los 500. Sus bosques abiertos nos evocan sobriedad y soledad. Sobriedad por la ausencia de otros cultivos en su entorno y soledad a la que nos trasladan estas tierras duras y pedregosas donde crece, sin apenas tierra vegetal  y donde el agua desaparece rápidamente con los rigores climáticos  del sistema mediterráneo continental, de inviernos duros y veranos calurosos. Este árbol, reliquia del Terciario y habitante de suelos pobres a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar, además del valor ecológico que representa, suma la riqueza de sus frutos, las bayas, que alimentan en los meses de más frío a cuervos, urracas, zorzales y otros pájaros.

Sorprende la antigüedad en muchos de los ejemplares que vamos viendo por el camino, pero sobre todo las caprichosas formas que se forman en sus vetustos troncos, algunos de los cuales presentan aberturas  desde la misma base, dando origen a imágenes que evocan un bosque encantado, con personajes fantásticos que pululan en la literatura de estos parajes. Y si no,  ahí queda para la retina la imagen de Julián, bajo una de estas oquedades  del tronco a ras de tierra, simulando la presencia de un gnomo que se hace visible al visitante. Y alguna tierna escena de quienes buscan la protección de la encina, junto a su tronco  dispensador de vida y garantía de longevidad….

Atravesamos majadas en aparente buen estado de conservación, mientras sentimos el aroma de algunos ejemplares  herbáceos, como el espliego o lavanda común, que se cruzan en nuestro camino. No faltan las discretas paredes rocosas de escasa altura que conforman la morfología pedregosa  de estos suelos, y en nuestro caminar percibimos el  agradable olor que desprende este aromático árbol, dueño en solitario de estas llanuras.

La ruta transcurre con la animación habitual de nuestras escapadas por los lugares visitados: comentamos lo que vemos, nos admiramos de lo que nos sorprende, preguntamos lo que desconocemos….
 

Y durante algo más de hora y media hemos completado una distancia de 8,5 Km. Todo ha sido un ejercicio de adaptación a una circunstancia climática adversa, pero no por ello menos gratificante para la salud social del grupo.

Hemos llegado  al  pueblo, dejamos la casa de Vicente con los mismos recuerdos y cacharros que forman su personal querencia y tomamos los coches para dirigirnos a Soria, donde finalizamos la mañana en nuestro habitual punto de concentración. Una cerveza, un vino, una animada conversación y el buen recuerdo de haber  disfrutado  un día más de una hermosa jornada.

 

            AGNELO YUBERO