lunes, 14 de noviembre de 2016

RUTA SELVA DE IRATI (Pirineo Navarro) 12/11/2016


                                                                                

 

            El pasado 12 de Noviembre el conjunto senderista “Soria, paso a paso” se vistió de gala. Y no tanto por la exhibición de nuestros vistosos cortavientos azules ( que también),con el logo distintivo de pertenencia a un grupo aunado  en proyectos compartidos, como por otros motivos que enriquecen y revitalizan  nuestro nexo de unión en el conocimiento de entornos naturales. Por un lado, si en nuestras salidas ordinarias contamos 12-14 caminantes de media, en esta ocasión la asistencia de amigos, invitados, familiares, etc., hizo que la participación en la excursión del día se elevara hasta 45 entusiastas senderistas, animados por las expectativas de la ruta elegida. Que no era otra, y este es el segundo motivo de nuestra puesta de gala, que un relajante y distendido paseo por la Selva de Irati. Ya no es solo la provincia de Soria  el objeto de nuestra curiosidad por acercarnos a parajes con encanto, aunque sea nuestro entorno provincial el  principal proveedor de interés por la naturaleza y la geografía que recorremos.  Tiempo atrás decidimos dar el salto de vez en cuando y acercarnos a otros lugares que por su valor paisajístico, recreativo, medioambiental, etc. merecía la pena visitarlos, disfrutarlos, recrearnos con su belleza espontánea y aprender lo que la naturaleza, a modo de aula abierta, nos enseña y  ofrece a la curiosidad del aprendiz  esta lección de biodiversidad permanente.


Pero empecemos por el principio. La noche anterior se hizo más corta en horas de sueño de lo que es habitual. A las 5,30 nos esperaba el autobús para, tras un viaje de 280 Km. aproximadamente, acercarnos hasta  tierras navarras e iniciar la ruta que nuestro sherpa profesional, Angel, con el entusiasmo y solvencia que le caracterizan, había preparado con exquisito cuidado, secundado en otras labores de logística por Luis, el  boss de la banda. Y fieles a la cita, con puntualidad suiza, nos encontramos acomodados en el autobús todos los participantes del  evento, ante la severa advertencia (que no amenaza) del presi, de que no se concederían “minutos de cortesía” a los más impuntuales. Y casi sin tiempo para saludarnos, arrancamos hacia nuestro destino. Salutación de bienvenida por parte del jefe Guerrero y en pocos minutos adormecíamos en nuestros asientos para recuperar el sueño no consumido, mientras el paso del tiempo anuncia lentamente la llegada del alba. Y poco antes de clarear el día, Angel y Luis nos sorprenden con un ritual de resonancias  sanjuaneras, repartiendo moscatel y pastas ante los sorprendidos viajeros, que agradecemos  por el novedoso obsequio inesperado. A la vez, Angel, con la mejor intención y empeño para que visualicemos gráficamente nuestro paseo por la selva,  nos hace entrega del perfil de la ruta que vamos a visitar, pero que, para los legos en cartografía, parece una fotografía indescifrable en blanco y negro ( con más negro que blanco en su composición cromática).

Como en todo viaje largo, se hace necesaria una parada “técnica” para aliviar nuestras vejigas. Hemos abandonado ya la autopista y la carretera por la que transitamos carece de áreas de servicio o instalaciones hosteleras donde satisfacer nuestras necesidades más básicas e inaplazables. Así que no queda otro remedio que llevar a cabo la evacuación de fluidos corporales en plena naturaleza, sin necesidad de tirar de la cadena o apretar el botón de la cisterna.

           
Y sin solución de continuidad, ponemos rumbo a nuestro punto de origen del recorrido programado. Vamos dejando atrás pequeñas poblaciones o caseríos diseminados por esta llanura navarra y tras cruzar Ezcároz ( donde haremos el almuerzo), llegamos hasta Ochagavía, punto direccional elegido para llegar a la Selva de Irati desde su vertiente oriental. La vertiente occidental tiene acceso por Orbaizeta, pero nuestro guía y asesor de rutas, había trazado este itinerario como el más apropiado para el objetivo fijado. Aun nos queda un tramo. Desde Ochagavía, ascendemos por una sinuosa carretera, remontando el puerto de la Tapla, mientras contemplamos  desde el autobús una magnífica panorámica del monte navarro: prados de vacas, sierras peladas que se alternan en verdes colinas desprovistas de especies arbóreas, eslabonadas y escalonadas según ascendemos y observamos desde distintas perspectivas direccionales, con los puntiagudos picos nevados de los Pirineos al fondo.


           
Y por fin, poco antes de las 9,30 h., nos encontramos en la puerta de entrada al hayedo que conforma la selva de Irati. Este impresionante bosque se encuentra entre los valles de Aezcoa y Salazar (nosotros hemos entrado por el segundo), y está considerado el 2º hayedo más extenso de Europa, después de la Selva Negra en Alemania. Podíamos hablar de una triple riqueza de este entorno, sin menoscabo de otras que encierran sus numerosos recursos medioambientales: paisajística, la procedente de la fauna, y la maderera. De esta última se tiene constancia  que el bosque ha sido explotado desde los siglos XVI-XVII, pero conservando bien la masa forestal, sin agotar ni degradar el ambiente por su utilización con fines económicos. Es lo que ahora llamamos un modelo de “economía sostenible”, similar a la forma que se han explotado nuestro pinares comunales en la provincia de Soria, si salvamos algunos excesos que se hayan podido cometer puntualmente,  en algún momento y en alguna zona de nuestra geografía más próxima. 

           
 Las hayas se combinan con los abetos, conformando una masa forestal de 17.000 hectáreas. Todo Irati es una ZEPA (zona especial de protección de aves), así como algunas zonas constituyen reserva natural o reserva integral.

En cuanto a la riqueza de la fauna, en Irati abundan los ciervos y otros animales en peligro de extinción, como el pájaro carpintero, el  pito negro y el pito dorsiblanco. En nuestro paseo por su hábitat no tuvimos la suerte de “saludar” a alguno de estos inquilinos más habituales. Parece que la presencia de tanta gente no les produce ninguna emoción especial como para hacerse visibles a nuestros ojos,

Y por último, el paisaje….La selva despliega ante nuestra vista un abanico de contrastes cromáticos: verde oscuro el de los abetos, ocres los de las hayas, que se van desnudando para el invierno, verde claro el del musgo que se apodera sin piedad de rocas y troncos. Todo un placer para la vista y un ejercicio de imaginación en este bosque encantado, donde las hojas caídas de las hayas  lamen el suelo, en agónica expresión de su efímera existencia, pero todavía yacen complacientes en su último destino formando  una cama bajo nuestras pisadas, a la vez que ocultan  las piedras o raíces de las especies arbóreas que se extienden a lo largo del camino, a modo de advertencia al caminante del peligro oculto bajo sus botas. Todo el bosque parece forrar de verde y tostado el pirineo navarro. La senda transitada es relativamente cómoda, pero la humedad del lugar hace que el suelo terroso se encuentre embarrado en numerosos tramos del recorrido, lo que contribuye a extremar las precauciones para mantener el equilibrio. No obstante, alguno pudo  comprobar lo poco agradable que resultan las sentadas repentinas sobre el barro, sin previo aviso. Afortunadamente, solo fueron anécdotas aisladas, sin otras consecuencias para la integridad física.

Y a los pies del talud de este bosque, en el relieve inferior de su asentamiento, el cauce sereno y secular del río Irati, que da nombre al entorno, y que se hace bravo en algún punto del recorrido, tranquilo y silencioso en otros y majestuoso al final de esta ruta, donde forma el embalse de Irabia, finalizado en 1922. Y es precisamente aquí, en la presa del embalse, donde descargamos nuestras mochilas para vaciarlas de las viandas que, durante tres horas de recorrido, habían estado contenidas, esperando la ocasión para su consumo. El variado menú de las provisiones se hizo presente en el ambiente, pero sobre todo en la cara de satisfacción de sus consumidores, tras una larga espera por encontrar el mejor sitio para disfrutar de este momento.

De regreso al punto de partida, esta vez  por una ruta más corta de la que hemos traído, mantenemos activas  nuestras cámaras fotográficas, dispuestas a captar la belleza del paisaje, el detalle que nos sale al paso, el colorido de la frondosidad divisada, la singularidad del tronco partido en medio del camino….y tantas escenas que nos causan admiración y sorpresa. Me ha parecido particularmente curiosa, por sus dotes de observación, una instantánea de José Antonio, como ya ha señalado Luis, que muestra dos troncos sobre el suelo con forma de dragón u otro animal legendario, enfrentados entre sí y en actitud amenazante, prestos a iniciar una pelea imaginaria.

Y tras 14,5 Km. de recorrido, según la medición telemétrica de nuestra “sherpa” oficial, que es la fiable, llegamos de nuevo hasta el parking donde nos espera el autobús, que nos trasladará hasta nuestro restaurante del día. Pero antes procede el cambio de ropa y calzado. El barro acumulado  en las botas y en los bajos de los pantalones ha sido considerable, el sudor resulta incómodo y un descanso para los pies se hace inevitable. Y ahí, junto al autobús, al aire libre, improvisamos un espontáneo vestuario para las tareas de cambio de ropa y calzado, que  nos permita tener  una presencia más aseada  y una figura externa más presentable a la hora del  almuerzo.

Camino de Ezcároz, donde haremos la comida, Angel, con gesto paciente, se encarga de recordar el menú que cada uno de nosotros elegimos en su momento, ante la demanda de algunos desmemoriados que no recuerdan la elección que hicieron. Nada extraño teniendo en cuenta el surtido de opciones que nos ofrece el restaurante y el tiempo transcurrido.


Hacia las 15,30 nos presentamos en el restaurante, y entre plato y plato no faltan las bromas, las chanzas, los comentarios e impresiones del día, los recuerdos de otras rutas, planes para el futuro…En fin, la satisfacción en todos de haber realizado un paseo que formará parte de emocionados recuerdos.

De vuelta a casa, hacemos una corta parada en Ochagavía para visitar este bonito pueblo del Pirineo navarro, bañado por el río Salazar como parte integrante de su geografía paisajística. Llama la atención de esta localidad el rótulo esculpido en piedra sobre el arco de la puerta, que reza “Estación patatera”. Sinceramente, no hemos visto ningún cultivo de patatas por estos pagos, pero no queremos aventurar que el nombre se deba al trasiego de este tubérculo por la comarca o a otros motivos más obvios.

Son poco mas de las 18,30 cuando definitivamente enfilamos hacia Soria, mientras reciclamos en nuestro recuerdo los momentos vividos a lo largo del día. Después vendrán los comentarios, las impresiones, la memoria que nos deja este soleado sábado de Noviembre por tierras pirenaico-navarras. Este humilde cronista se limita a poner letra a una melodía que entre todos componemos, cuando fundimos nuestro entusiasmo colectivo con el gusto por   la naturaleza. Después, el  trabajo técnico de música,  imagen y creatividad que ya ha preparado Angel, con el acierto que lo hace, permite prolongar  en la retina y en la memoria colectiva la belleza de los lugares visitados, los espacios admirados, la compañía que hemos llevado…la satisfacción compartida de un día envuelto en la magia de un hayedo, el susurro de un río, las hojas que crujen bajo nuestros pies en un camino embarrado, los colores que el duende invisible del lugar  nos presenta sobre la paleta de un bosque encantado…  


                                   Agnelo Yubero