domingo, 4 de diciembre de 2016

Espeja de San Marcelino-Orillares-Cañón del rio Pilde

El sábado 3 de Diciembre ha amanecido con una densa niebla sobre la ciudad. Buen augurio de que nos espera una mañana de cielo azul, a medida que el sol vaya fundiendo en claridad la húmeda bruma que ahora le impide brillar en lo alto. Así lo afrontamos y con la puntualidad de que hacemos gala en cada salida, iniciamos el viaje hasta Espeja de San Marcelino quince entusiastas componentes del grupo: Angel, Julián, Julia, Maribel, Feli, Alicia, Chus, Asun, Enedina, su marido Javier, Gema, Cándido (amigo de Gema), Emi, Ana de la Hoz y quien esto escribe. Hacemos el viaje en los coches de Enedina, Emi y Alicia.
El paso por localidades como Navaleno y San Leonardo nos hace recordar y comentar en el coche que viajo, y que comparto con Alicia (nuestra conductora), Julián, Gema y Maribel, alguna noticia que ha estado de actualidad últimamente, como la reciente concesión de una estrella Michelin al restaurante “La lobita” o el progresivo y esperanzador reflotamiento de la empresa “Puertas Norma”. Y así, en animada tertulia, tras dejar atrás poblaciones como Santa María de la Hoyas, Muñecas, Orillares, nos plantamos en Espeja de San Marcelino, punto de partida de nuestra ruta sabatina.
La temperatura es de -1 grado. Hay que enfundarse guantes y gorro para combatir los rigores del tiempo. Pero a medida que avanzamos, el sol va abriéndose en el horizonte y reconfortando nuestra temperatura corporal. El camino inicial es una amplia pista forestal, que enseguida dejamos atrás, para pasar a la carretera de asfalto que une las localidades de esta parte suroccidental de la provincia con otras de Burgos, aunque es un tramo corto y enseguida nos adentramos por una nueva pista forestal, en dirección a Guijosa.
El paisaje que se nos ofrece a la vista es sorprendente por su variedad y colorido: la vertiente más oriental, una extensa llanura con alguna suave ondulación del terreno, está dedicada al cultivo del cereal que, aún cuando estamos todavía en otoño, algunas parcelas despuntan ya un verde casi primaveral de las siembras más tempranas. Estos cultivos

se alternan con otras parcelas de barbecho o rastrojo. La parte occidental está ocupada por una masa forestal de pinos, principalmente de la variedad pino negral, como una prolongación de los pinares que descienden de la vertiente norte de nuestra provincia y se extienden hacia el sur y la provincia de Burgos. 


Bordeamos el pueblo de Guijosa y nos acercamos hasta las ruinas de lo que fue el Convento de los Jerónimos (¡no solamente en Madrid tienen otro dedicado al mismo santo!). El citado convento tuvo su época de esplendor en el siglo XV, con la ocupación de monjes que se dedicaban, entre otras tareas, al cultivo de las tierras que le rodeaban y constituían la riqueza principal de esta propiedad de la Iglesia. En el siglo XIX y con la desamortización de Mendizábal de los bienes de la Iglesia el convento perdió sus privilegios y fue abandonado por los monjes que allí vivían. Y ya en el siglo XX, en 1939, finalizada la Guerra Civil, los habitantes del pueblo acabaron por demolerlo para impedir el retorno de los antiguos moradores y reclamar las tierras como propiedad de sus vecinos. Hoy día solo queda en pie el hastial de la pared del campanario, algún pequeño muro circundante y poco más, salvo que alguien ha querido conservar la memoria colectiva este vestigio histórico y han instalado en las inmediaciones dos cómodas mesas de cemento, con sus correspondiente asientos del mismo material, para hacer más agradable la permanencia de los visitantes que por allí se acercan. Y sin pensarlo dos veces, en este recoleto paraje con resonancias históricas de otra época, a la sombra de los pocos enebros que por allí se alzan, nos acomodamos para hacer el almuerzo de rigor y la necesaria reposición de fuerzas. El sol es ya nuestro aliado, así que la obligada parada transcurre con total placidez, tanto por la temperatura, como por la variedad de viandas dispuestas sobre la mesa.


Tras la degustación y disfrute compartido de nuestros pertrechos gastronómicos ( no ha faltado la tortilla, embutidos variados, frutos secos, la bota de vino, un café caliente…), el sherpa advierte que nos quedan cinco minutos para reiniciar la marcha. Disciplinados como somos, no concedemos a nuestra natural tendencia a la “cortesía impuntual” ni un minuto y, recogidas las mochilas y los desperdicios del tente en pie, enfilamos hacia el cañón del río Pilde, aunque mejor sería decir del arroyo Pilde, si bien en este caso el volumen de la corriente de agua es inversamente proporcional a la belleza que presenta por lo que luego descubriremos.


Avanzamos por otra cómoda pista forestal hacia nuestro objetivo y apenas un kilómetro más adelante nos encontramos frente al cañón citado. El arranque por el mismo es el típico paso angosto de todo desfiladero, como consecuencia del repliegue hacia dentro de las moles rocosas que emergen en este hábitat. Pero unos metros más adelante, nos damos de bruces con una estampa de singular belleza: sobre la base de las rocas que forman el desfiladero se han originado unas oquedades, que dan lugar a la formación de cuevas y caprichosas galerías en la piedra, comunicadas entre sí y proyectadas hacia el exterior, cual si hubieran sido perfiladas por un caprichoso diseñador de la naturaleza. Al pie de las rocas, el río (riachuelo) Pilde forma algunos pequeños estancamientos de agua, de un color verde esmeralda, que completan la belleza especial del entorno. El tramo es corto, pero sin duda compensa la visita a este lugar por su indudable valor paisajístico. No podía faltar la presencia de buitres y otras rapaces, como fieles guardianes de estos parajes, que constituyen su hábitat privilegiado. Las cámaras fotográficas no cesan en su trabajo y cada cual se lleva impresas las imágenes de este desconocido rincón de la geografía soriana, que ratifica en la impresión de que nuestra provincia esconde recónditos espacios de culto a la madre naturaleza.


Con el buen gusto de boca que nos ha dejado este enclave natural, enfilamos hacia la localidad de Orillares. Al acercarnos al pueblo, observamos una pequeña concentración de vecinos sobre lo que parece una mesa de escasa altura. No tardamos mucho en conocer el motivo de la animada confluencia de lugareños: acaban de sacrificar un cerdo y celebran el rito de la matanza, a la manera tradicional de nuestra tierra. El marrano todavía yace sobre la mesa del sacrificio, abierto en canal, y esperando su traslado al lugar del oreo de sus carnes, mientras las mujeres, en un local próximo al lugar del patíbulo, se afanan en preparar las morcillas y otras tareas anexas a la continuidad del buen aprovechamiento del sacrificado gorrino. Nos reciben con exquisita hospitalidad y nos invitan a degustar los productos típicos con que se obsequian a los participantes en la matanza: pastas, rosquillas caseras, moscatel, etc.

Aceptamos su cortesía y probamos las delicias de su cocina. Tras agradecer su gesto, emprendemos la marcha en dirección a Espeja de San Marcelino, pero antes nos quedan por visitar un par de emblemáticos paisajes de esta tierra.


Bordeando el pueblo, nos acercamos a conocer la “Vía ferrata” próxima al municipio (apenas 500 m. del núcleo poblacional). Una vía ferrata es un itinerario, tanto vertical como horizontal, equipado con diverso material como clavos, grapas, presas, pasamanos, puentes colgantes, etc. y un elemento de seguridad que es un cable de acero fijado sobre la pared de rocas de difícil acceso (normalmente, desfiladeros de paredes verticales de distinta altura), que se puede completar con otros cables volantes, en forma de tirolinas, para facilitar el desplazamiento. Al cable de acero se fijan los mosquetones de seguridad, que unen el arnés del deportista con esta vía de hierro ( de ahí el nombre “vía ferrata”), además de otros elementos de protección, como casco, guantes, disipador de energía, distintas cuerdas o cordines de amarre, etc. Hay que señalar que esta vía ferrata es la única que hay en Soria y la primera que se ha completado en Castilla y León. Hay otra en la provincia de León, sobre el cauce del rio Cares, cerca de la población de Posada de Valdeon. En España existen numerosas vías ferratas distribuidas por las distintas Comunidades Autónomas, algunas de las cuales datan de finales del siglo XIX , como las ya famosas clavijas de Cotatuero, en el parque de Ordesa. 

La de Espeja, recorre longitudinalmente las paredes del desfiladero de La Torca. Cuando llegamos, tuvimos la suerte de ver en acción a cinco jóvenes que iniciaban la ruta por esta vía de hierro, colocada a 2-3 metros sobre el suelo para salvar el cauce del río que circula por el fondo del barranco (aunque no siempre lleva agua). La actividad, como puede suponerse, requiere un mínimo de destreza en el manejo de los elementos de seguridad, resistencia física, habilidad para desplazarse y algo de pericia para mantener el equilibrio.

Volvemos sobre nuestros pasos y accedemos directamente al pueblo con la intención de contemplar la pasarela colocada en la parte más elevada del desfiladero. Este estratégico pasadizo colgante, a escasos 5 minutos del núcleo poblacional, es un puente de hierro, completado con un arco del mismo material por encima del tendido horizontal, que une los extremos más elevados del citado barranco. Situados en lo más alto de esta pequeña montaña rocosa, tenemos una perspectiva en picado sobre el fondo que constituye el cauce del río visitado anteriormente y desde el cual podemos ver a los esforzados barranquistas, que continúan con su intento de atravesar las paredes de este tajo espectacular. 

Les animamos a continuar su ruta y a finalizarla sin incidencias. Nuevamente sesión de fotos ininterrumpidas para conservar el recuerdo visual de nuestro paso por otro lugar con encanto.

Cambiamos la rutina y en lugar de finalizar nuestro recorrido con el ya tradicional refrigerio en la cafetería “El Lago”, lo hacemos en el Centro Social y Cultural de Espeja, mientras comentamos y mostramos cada uno las fotos que hemos tomado de los lugares que nos han sorprendido por su particular belleza.

Ha sido un descubrimiento más, pero todavía nos quedan tantos espacios por conocer, como entusiasmo por explorarlos.

Soria, 3 de diciembre de 2016
  
                                                                                Agnelo Yubero