Por fin, después de dos aplazamientos a causa de las previsibles ( que no reales) inclemencias metereológicas, pudimos hacer la ruta por pinares, que transcurre por la llamada serranía de la Umbría, en el límite entre Salduero y Covaleda. En esta ocasión, la climatología no nos pudo deparar un día mejor: un cielo limpio y soleado, sintiendo, a la vez, la delicada y suave caricia del viento que recorre esa atmósfera pura y cristalina, con olor a musgo y humedad primaveral, que solo el pinar te hace sentir.
En esta ocasión el arranque de la excursión comenzó a las 9 de la mañana, en el lugar habitual de encuentro. Retrasamos nuestra salida para esperar a Carlos, que a esa hora se bajaba de la ambulancia, después de hacer guardia en la misma durante toda la noche.
Y camino de Covaleda nos dirigimos “siete magníficas/os”: Ana de la Hoz, Maribel, Pilar, Carlos, Julian, Jaime (Marido de Ana) y el que suscribe. Y solo un vehículo: la polivalente Chrysler de Jaime, en la que entramos personas, enseres y aprovisionamientos varios para la comida campera prevista tras la ruta.
Aproximadamente, a las 9,45 atravesamos Covaleda y diez minutos más tarde, ya adentrados en el pinar, a orillas del Duero- niño que discurre por estos parajes casi sin hacer ruido, Jaime nos dejó en la llamada Fuente“La Cagalera” para empezar el recorrido. Debo que advertir que, pese a lo desagradable del nombre de la citada fuente, el agua que proporciona es de lo más saludable que yo he bebido, y siempre que tengo ocasión cuando voy a mi pueblo aprovecho para proveerme de algunas garrafas de este manantial que utilizo para beber, cocinar y hasta regar mis plantas de interior. Y puedo decir que de su consumo nunca he tenido ningún desajuste fisiológico de tal cariz. La pregunta es por qué entonces ese nombre. Hay dos versiones y ambas verosímiles: la primera, haría referencia al color de la vegetación del suelo que circunda los alrededores del manantial, parecido al que muestra el desagradable excremento humano. Y la segunda versión es, precisamente, sus propiedades curativas cuando aparece tal desarreglo intestinal.
Aclarado el origen del nombre, pusimos rumbo a la cueva del tio Meliton, con la ausencia de Jaime que declinó acompañarnos. El camino inicial es una cómoda carretera forestal de moderada pendiente. Tras casi 45 minutos de camino llegamos hasta el refugio de “La Cabeza”. Un refugio de reciente construcción, no accesible al interior si no se dispone del correspondiente permiso, que presenta un aspecto limpio y decoroso, según pudimos apreciar desde la ventana, rodeado de un práctico y coqueto porche cubierto que le confiere una amplitud polivalente para su uso y disfrute. A partir de aquí nos adentramos en un camino más estrecho, pero de fácil andadura, convertido en un PR de los que abundan por esta zona, que nos llevará hasta nuestro primer objetivo: la cueva deltío Meliton. Allí fue la primera sorpresa de los “expedicionarios” que desconocían este lugar: una hermosa cueva, situada estratégicamente en una zona boscosa del pinar, oculta a las miradas de cualquier caminante por el bosque, que habitó un personaje real de Covaleda del siglo XIX ,Meliton Llorente García (1834-1878). Extenderme en relatar quien fue este individuo excedería el propósito de esta crónica. Una exposición más amplia les hice in situ a los compañeros del grupo, así que, por dar aquí algún trazo grueso, diré que el tal Meliton, no exento también de cierta leyenda, fue un facineroso que habitó por estos pagos y que usaba esa cueva para ocultar y preservar el botín de sus robos a los ganaderos del pueblo y de la comarca: vacas, terneros, cabras, ovejas, etc. Era tal el temor que infundía que casi ningún vecino osaba enfrentarse a él cuando aparecía por el pueblo, excepto uno, conocido como el tío Lerín, y que acabó como os podéis imaginar: pasto de los buitres en el monte a manos del tio Meliton. Y de este homicidio da fe una cruz de piedra que hay en el paraje conocido como “Cueva Mujeres”, (también en el término de Covaleda, pero alejado de la cueva), en la cual hay una inscripción que reza literalmente: ” aquí fue muerto el tío Lerin el 9 de Julio de 1870 a mano airada”. Si alguien quiere conocer algo más sobre la vida y “hazañas” de este siniestro personaje de novela negra, hay un libro de Pedro Sanz Lallana, nacido en Covaleda, titulado “Muerte a mano airada” ( podéis suponer cuál ha sido la inspiración del título), donde encontrareis relatos apasionantes de este intrigante personaje, hábilmente relatados por la pluma de Sanz Lallana. Fotos y comentarios en la cueva sobre el lugar de emplazamiento, uso, utilidades, protegida por pétreas rocas en sus caras este y oeste y cerrada en su cara sur, salvo una corriente de aire que servía de chimenea y con hueco de entrada por su cara norte, que se cubría con los pinos y robles que se levantaban frente a ella…. Lugar y momento idóneos para satisfacer nuestras necesidades gastronómicas, (en esta ocasión la tortilla estaba reservada para el almuerzo posterior, pero no así la bota y otras viandas varias compartidas). Y una visita inesperada: un joven matrimonio valenciano, con su hijo de no más de 8 años, que andaban por el GR 86, no quisieron perderse la visita a la cueva…Y es que la leyenda del tío Meliton transciende fronteras locales.
Y ahora tocaba enfilar la proa de nuestra travesía pinariega en dirección noreste y apuntar hacia la “Piedra andadera”. Antes de llegar hicimos una parada en el lugar conocido como “El Fronton”, desde donde se pueden contemplar unas impresionantes vistas del pantano, la sierra de Cabrejas, el Pico Frentes y una extensa panorámica de nuestra geografía, que resulta un impagable regalo para la vista. Descendemos una suave cuesta y tomamos dirección Salduero para acercarnos a nuestro objetivo. Tras el descenso, una pequeña subida, conocida con el curioso nombre de “El portillo las putas” ( y no me preguntéis el motivo del nombre porque no se tiene constancia de que haya existido por aquí residencia alguna de meretrices), para llegar finalmente hasta la piedra. Majestuosa y altiva nos estaba esperando este ejemplar pétreo, mezcla de prodigio natural y misterio que desafía las leyes de la física. Se trata de una roca elevada sobre un peñasco, asentada sobre una base aparentemente insuficiente para sustentar el peso de esta mole pétrea, que supera los dos metros de altura, casi cuatro metros de anchura y un volumen cercano a los 10 metros cúbicos. Y el nombre de “andadera” o “móvil” ( como se indica en alguna poste direccional) es debido a que al ejercer alguna presión sobre cualquier punto se mueve y ocasión tuvimos de comprobarlo, cuando Julián y yo hicimos una demostración que acredita lo acertado de su nombre. Otros intentos posteriores con el resto de los compañeros corroboraron nuestro esfuerzo inicial. Fué D. Angel Terrel Cuevas, que llegó a Covaleda a principios del siglo XX en calidad de farmacéutico, quien hace la primera mención de este prodigio natural, Llegó a estimar su peso en 10.000 arrobas. Personalmente, me parece excesivo para su tamaño. Pero tampoco soy un experto en cálculos de este tipo de masas rocosas.
Y un punto de humor: Julián explicaba al grupo lo mucho que nos costó, a él, otros dos conocidos nuestros y yo mismo en la última visita que hicimos por aquí, “calzar” la piedra para evitar su deslizamiento en cualquiera de los vaivenes a que es sometida por los visitantes que quieren comprobar su ondulación. Alguna compañera llegó a poner cara de admiración por semejante esfuerzo, pero enseguida asomó una sonrisa burlona en el resto del grupo que delató nuestro intento por fabular una proeza inexistente. Ahí quedó la nota de sano humor que siempre exhibe Julián.
Seguimos nuestra ruta, ya de regreso hacia el refugio anteriormente mencionado e iniciar el camino descendente. Lo hacemos no por el trayecto inicialmente previsto ( la pista de tierra),sino entre la frondosidad del pinar, siguiendo el curso inverso de un arroyo, conocido como “El Hoyón” hasta llegar al refugio. Desde aquí tomamos la pista de tierra, pero la abandonamos cuando llegamos a la entrada de “Los apretadores”, hermoso y bucólico rincón a la orilla del Duero, lugar habitual de baño en nuestra infancia y evocador de muchas historias de esa época. El paraje despierta el interés de Pilar, Julián, Maribel, Carlos…. que admiran la belleza natural del lugar, su pequeña cascada de agua que hace las veces de frigorífico para conservar las bebidas, la claridad de las aguas el río….Más fotos y nuevas explicaciones sobre el motivo del nombre y su encanto para propios y forasteros. Continuamos en fila india por la margen derecho del río, casi pegaditos a sus aguas, sintiendo el ruido de su fluir como el murmullo del niño que llama la atención para que lo cuiden. Pasamos por otra fuente ( la fuente “La Arenilla”)con su correspondiente merendero, barbacoa, mesas, etc. Carlos no deja de repetir que no había visto en ningún otro lugar o paraje tantos merenderos distribuidos por el campo como por estos pagos. Y así, pasito a pasito, la avanzadilla del grupo ( Carlos, Julián y yo) hacia las 15,00 h., nos presentamos en el paraje conocido como “El Refugio”, donde ya se encuentra Jaime que nos espera con paciencia franciscana para la comida. Ya tiene la mesa preparada, los sarmientos cuidosamente colocados en la barbacoa para asar las chuletas, la variopinta y creativa ensalada elaborada por Ana en sus correspondientes recipientes para su inmediata distribución, la tortilla “expuesta” a la cata colectiva, cuñas de queso por aquí, preparados de exóticos patés por allí, vino, cerveza…todo en disposición para el ceremonial gastronómico que se avecina. ¡Y agua de la fuente de La Cagalera, que Jaime se ha encargado de traer por encargo mío! Enseguida llegan las damas del grupo y comienza el ritual. Jaime, solícito y abnegado, nos “ordena” que nos sentemos a la mesa y empecemos la fiesta, mientras él se ocupa de hacer la carne. En breve, los sarmientos se convierten en ascua que facilitan la transformación de las chuletas y, casi sin darnos tiempo a abrir las botellas, nos encontramos sobre la mesa con dos suculentas bandejas de chuletas ya preparadas para su consumo inmediato. Todavía estábamos saboreando la ensalada cuando nos desborda la eficacia de Jaime como cocinero. Y con las chuletas, la ensalada, los patés. etc. llega la tertulia mientras damos cuenta de las viandas. Y no precisamente sobre temas menores, sino de asuntos que no son muy habituales en este tipo de fiestas camperas, pero que también pueden tener lugar cuando existe respeto en las diferencias, convicciones en los valores que cada uno profesa, razonamiento y sensatez en las ideas que uno defiende…. En fin, no voy a ponerme serio a estas alturas del relato, pero creo que fue también parte del contenido de la ruta, aunque en este caso no usáramos las piernas para caminar, sino el cerebro, el corazón y, cómo no,….el estómago mientras debatíamos. ¡Que todo es compatible en sus justos términos!
Podíamos haber puesto punto y final tras la comida, pero Ana quería mostrarnos la última sorpresa del día. Y hablo en plural de primera persona porque, siendo yo de Covaleda, para mí también fue una sorpresa el descubrimiento de lo que nos tenía reservado. En la Chrysler, enfilamos la carretera dirección Soria, para enseguida tomar un desvío por una pista forestal. Tras un tramo por esta vía, dejamos el vehículo y accedemos por un empinado camino de monte, señalizado con los típicos mojones de piedra colocados por paisanos del lugar, que no quieren que el visitante se pierda, hasta llegar al destino, después de algo menos de 30 minutos. Se trata de una cascada conocida como “El Peñoncito” y que rezuma belleza natural, tanto el lugar recóndito donde se encuentra, como la caída del agua formando una cortina por encima de una cueva natural, que sorprende cual una aparición en medio del bosque. Encanto y sorpresa a partes iguales, que me recuerdan, salvando las diferencias, otro lugar en el prepirineo oscense, conocido como la surgencia del Yaga y cuya visita recomiendo a quien no lo conozca
Y así, con el buen sabor de las chuletas, el recuerdo de las imágenes vividas, y la satisfacción de afianzar nuestra convivencia a través del diálogo abierto, teniendo como nexo de unión nuestro amor por la naturaleza, nos da tiempo a tomar un refrigerio en Covaleda, antes de poner rumbo a la city. Carlos tiene que estar antes de las 19,00 h. para disputar un partido de fútbol. ¡Juventud divino tesoro!
Habréis observado que me he extendió un poco más de lo habitual en el relato del día. Pero hablaba de mi tierra y no he podido evitar ese punto de pasión que se pone cuando uno se recrea en sus señas de identidad, sus recuerdos, sus vivencias, su tierra, sus gentes, etc. Espero de vuestra benevolencia sepáis disculparme esta licencia que me he tomado por entreteneros más de la cuenta con la lectura de la crónica.
Soria, 5 de junio de 2016
Agnelo
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