martes, 18 de octubre de 2016

CAÑÓN DEL RÍO CARACENA. 19 DE JUNIO DE 2016

Personalmente, tenía interés y fundados deseos por conocer el desarrollo de la ruta que hemos hecho hoy. Y digo esto porque todos los testimonios que había oído sobre la misma, la valoraban con calificativos similares: excelente, magnífica, sobresaliente…..Y a fe que las expectativas no nos han defraudado. Pero empecemos desde el principio.


Con esmerada puntualidad (lo cual constituye ya una rara constante en nuestros hábitos hispánicos), a las 8,00 h. nos encontramos en el lugar habitual de encuentro Ángel, Julia, Maribel, Miguel, Ana María, Emi y este relator. En los coches de Emi y Ángel partimos hacia Caracena, nuestro punto de arranque del recorrido senderista.


Tomamos la N-122, dirección Burgo de Osma. Por el camino observamos que algo se mueve en la  transformación de esta vía en la pretendida A11. No obstante, el reiterado compromiso de nuestros dirigentes por ejecutar esta obra, tantas veces prometido como incumplido, hace que veamos con indisimulado escepticismo una pronta apertura de la flamante A11, que cambie el paisaje de nuestra vetusta e incómoda carretera de Valladolid. Atravesamos la villa episcopal y seguimos dirección a La Rasa. Apenas rebasamos esta pequeña localidad, nos topamos a ambos lados de la carretera con la extensa finca de cultivo de manzanas que explota una empresa catalana, cuidosamente protegidos sus  frutales con  una fina y tupida red superior, que los protege de las inclemencias meteorológicas  que pudieran dañar su producción hortofrutícola.


Seguimos nuestra ruta y ya en las inmediaciones de Fresno de Caracena un cervatillo asustado, próximo a la carretera, contempla asustado el paso de los coches y se interna rápido en la espesura del arbolado más próximo. Cruzamos Carrascosa de Arriba y unos pocos kilómetros más adelante tenemos nuestro punto de arranque: Caracena. Antes de empezar el camino, visita obligada a la Fuente y el Puente, próximos al pueblo, y que hacen las veces de receptores de visitantes a esta localidad  por las singularidades que presentan. En concreto, la fuente emana de un pozo que retiene provisionalmente sus aguas hasta que salen al exterior, y que se ha protegido con una construcción en forma de arco de cañón, con la parte superior cubierta  de canto rodado, para preservar la pureza de sus aguas de elementos externos. Apenas fluye al exterior, un excedente de sus aguas queda retenida en forma de abrevadero para animales, lo que le confiere una doble utilidad. Y en cuanto al otro elemento del paisaje, nos encontramos con un puente de origen romano, reconstruido en la época medieval con un solo ojo de perfecto medio punto, que en épocas pasadas era paso obligado para cruzar el rio Caracena.


Tras la visita a estos dos curiosos vestigios históricos, nos acercamos al pueblo para iniciar el recorrido propiamente dicho del cañón del Caracena. La visita al pueblo la dejamos para el final del trayecto. Digamos como nota de arranque que un  silencio virginal, que no sepulcral, nos recibe al acercarnos al pueblo. Y digo no sepulcral porque se nota vida en el pueblo, aunque parece que hemos llegado cuando la vida todavía adormece a esas horas.


Una corta y empinada cuesta descendente, que arranca en las proximidades de la  que  fue cárcel de la villa, nos sitúa en el punto de inicio del cañón. El trazado de nuestra ruta nos llevará en dirección opuesta al curso del rio y en paralelo con este, aunque este paralelismo a veces se hace antagónico con el rumbo del caudal que nos sirve de guía y debemos vadearlo en varias ocasiones, a través de rudimentarias y débiles pasarelas que se encuentran en el transcurso de la ruta. El río no es muy caudaloso, pero su curso tiene viveza, formando pequeños y continuos rápidos que aseguran la permanencia de un caudal activo  y prolífico a lo largo del tiempo, más intenso en épocas de lluvia, lo que puede dificultar la pretensión de disfrutar del cañón en ese período. Desde la época romana, el cañón del rio Caracena fue una importante vía de comunicación, llegando a su esplendor en la época árabe de las razzias (campañas) de Almanzor.


 
Apenas hemos entrado en el cañón, la belleza del paisaje se empieza a hacer presente a nuestros ojos. Las formaciones rocosas que enmarcan el camino, el continuo canto de los pájaros y el murmullo del agua en su incesante fluir se nos antojan como la presencia de  una  agrupación coral de luz, color y sonidos, donde cada nota de sus intérpretes conforma una melodía que estimula los sentidos y recrea el gusto por la comunión con la naturaleza. Si a esto añadimos la riqueza y variedad de su flora, nos sentimos en un lugar que tiene magia y atractivo suficiente para disfrutar del paseo. Encanto paisajístico y belleza floral se reparten por igual a lo largo del recorrido. 

Una primera impresión cuando se contempla en  amplia panorámica  este desfiladero proporciona la imagen de un acordeón, que se abre y se cierra sobre sus propios pliegues. Y así se nos ofrece esta sucesión continua  de masa rocosa, donde por momentos sus paredes desnudas y escarpadas  se juntan, repliegan y caen a plomo sobre el río para, a continuación, dejar espacios más abiertos y volver a contraerse en su proyección geográfica. Y no solamente se deja sentir el dinamismo que parece emanar de este conjunto de masa caliza; en sucesivos puntos del camino se puede observar elevaciones rocosas, en forma de mallos, que se elevan sobre la desnudez de la ladera, formando caprichosas imágenes de simbología antropomórfica. Apenas llevamos recorrido 1,5 Km. tenemos ante nosotros Los Tolmos, dos enormes bloques de caliza que han resistido incólumes el paso del tiempo y que constituyen un yacimiento arqueológico de la edad de bronce. Y mientras dirigimos nuestros pasos rio arriba, un escuadrón de buitres, abantos y algún águila sobrevuelan los enormes farallones del barranco, para advertirnos que estamos en su territorio.

No me olvido del otro elemento que cautiva la vista del visitante: la variada  flora que encontramos a lo largo del camino. Flores de vivos y expresivos colores, como la salvia, las amapolas, la madreselva, el lirio azul, la orquídea salvaje…van tejiendo un hermoso mosaico cromático sobre el suelo, que capta la atención del caminante para admirar  la belleza que se extiende bajo sus pies. Y cuando no es el color, es el aroma que otras plantas como el tomillo, el hinojo, el cantueso o espliego, la dormidera…van dejando  en el aire, que se torna esencia natural que nos regala el viento que la transporta. Y no menos llamativos y lozanos encontramos otros grupos de especies arbóreas, como sabinas, perales, guindos, almendros, nogales…., que completan la variedad de  vegetación que nos ofrece este  desconocido edén natural. 

Aproximadamente a mitad del camino nos damos de bruces con un inesperado e inspirado arco sobre las rocas del camino, perfectamente definido en su estructura geométrica, que se ha formado de manera natural, sin intervención humana y por efecto de las condiciones climáticas, como otra de las sorpresas que esconde este jardín secreto en forma de desfiladero.

Y así, paso a paso, completamos la primera parte del recorrido en las inmediaciones del vecino pueblo de Tarancueña.  Momento oportuno para aligerar nuestras mochilas de las viandas que reponen fuerzas y  emprender el camino de vuelta. Tras el obligado descanso para el fin culinario, retornamos al punto de partida por la misma senda. Vamos comentando distendidamente lo que hemos visto y lo que nos falta por ver de la ruta y, casi sin darnos cuenta, estamos otra vez en Caracena. Y ahora toca la visita al pueblo.


Geográficamente, el pueblo está situado en un entorno  kárstico, en las estribaciones de la sierra de Pela, muy cerca de la provincia de Guadalajara. Parte de las viviendas del pueblo están rehabilitadas, aunque también se pueden apreciar otras abandonadas o derruidas. Apenas 15 vecinos están censados en la localidad que, no obstante, presenta una cuidadosa pavimentación de canto rodado en su calle principal que atraviesa la localidad de norte a sur. Se dice que el nombre del pueblo proviene de una leyenda que cuenta que los cristianos tomaron al asalto el pueblo a los moriscos mientras estos estaban cenando, lo que hizo exclamar a uno de los moros cautivos:”¡cara cena nos costó!”. Verdad o  leyenda, ahí queda el dato para explicar el origen del nombre del pueblo.

Y lo primero que se nos ofrece a la vista es el rollo de estilo barroco (1738), en el centro de la plaza, junto a la fuente y lavadero y a escasos metros de la antigua cárcel, lo que facilitaba el trabajo de desplazamiento y transporte de los reos que eran ajusticiados en este lugar. Pero, sin duda, el monumento más emblemático que tiene esta localidad es la Iglesia románica de San Pedro (principios del siglo XII), declarado Monumento Histórico Artístico Nacional. Es una auténtica joya del románico soriano, sobre todo su galería porticada, donde brillan con luz propia los siete arcos de medio punto sustentados por dos haces cuádruples de columnas (uno de ellos en torsión) y cinco haces dobles de columnas, rematadas todas ellas por vistosos y artísticos capiteles, con motivos vegetales alguno o de  variada escenografía alusiva a animales, personas o pasajes bíblicos otros. No menos interesantes y meritorios son los veinticinco canecillos que se muestran bajo el friso de la fachada principal, cada uno con representaciones variadas en su simbología, que se tornan distintas a las encontradas en los otros cinco canecillos que figuran en el ábside. No tuvimos  ocasión de verla por dentro al encontrarse cerrada. Quisimos dejar un recuerdo de la visita a este monumento con una foto del grupo sentados sobre cada uno de los arcos.

Desde la Iglesia, y tras completar  una pendiente de 600 metros de longitud, llegamos al castillo que  se conserva en el pueblo, aunque, a decir verdad, presenta un estado ruinoso y lamentable, pese a tratarse de una fortaleza que tuvo su importancia estratégica en los siglos XV y sucesivos, a juzgar por los datos históricos y, sobre todo, teniendo en cuenta la solidez, dimensiones y consistencia de su construcción. Lamentable, como queda apuntado, su estado, y no menos lamentable que se utilice como lugar de recogida de ovejas…



Desde aquí nos dirigimos al último punto de interés de la ruta: la encina ¿milenaria? de Valderroman, a pocos Kilómetros de Caracena. Y lamentable también que, tratándose de  un ejemplar casi único por estas latitudes, no aparezca ninguna señalización que indique su ubicación exacta, salvo un rudimentario dibujo de un árbol y una flecha a su lado, que una mano voluntariosa ha pintado sobre el mismo suelo de carretera, para indicar su localización. Nuestro sherpa, Ángel, tenía curiosidad por conocer las dimensiones de este ejemplar y fue provisto de cinta métrica para tal fin. La circunferencia del tronco nos dio una medida de 5,20 metros. Pero cuando quisimos medir la envergadura de  la misma,   (la distancia entre las ramas más distantes de un extremo a otro) nuestros elementos de medida eran insuficientes para tal propósito. Afortunadamente apareció por allí un holandés errante que, junto a su pareja y una juguetona perra de nombre Rouse, disponía de cinta métrica apropiada para nuestros fines. Así lo hicimos y con la ayuda del  inesperado visitante, obtuvimos una medida de 20,40 metros de envergadura. Satisfecha nuestra curiosidad, comentamos con el citado holandés (en inglés o en alemán, dependiendo de quién de nosotros fuera su interlocutor, puesto que no hablaba español, pero sí nos dio la impresión de que poseía conocimientos en este tema), sobre la edad aproximada de la misma. Nos dijo, muy convencido, que no se podía hablar de milenaria (de ahí las interrogantes que le he puesto anteriormente), y que él estimaba la edad de este árbol en torno a los 500-600 años, pero no milenaria. Bueno, ahí dejamos el dato y la duda sobre si debemos seguir utilizando el calificativo de milenaria.

Y con la satisfacción de haber realizado una ruta hermosa y  ampliar un poco nuestros conocimientos de botánica, emprendimos el camino de regreso a Soria, donde rematamos la mañana con un refrigerante ágape en nuestro  habitual punto de partida y de llegada. Eran las 15,45 cuando abandonamos la cafetería.       

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