En nuestra salida hemos caminado por la sierra de Tabanera que protege el pueblecito de Arguijo que, según una agradable y simpática lugareña, mantiene en el día de hoy unas 14 casas abiertas.
Hacia allí nos hemos los doce participantes: Maribel, Gema, Pilar, Feli y Santos, Miguel, Julián, Ángel y Ana, José Antonio y Elizabet, y yo mismo.
A 28 km. de nuestra ciudad por la carretera N111 giramos a nuestra izquierda para recorrer los 2 km que nos separan de la localidad.
Llegados a la salida de la ruta senderista, a Santos, con quien viajo, se le presenta la primera dificultad: ¡Dónde dejo el coche para que no le dé el sol! ¡Aquí. No que luego le da el sol! ¡Aquí tampoco! ¡Allí, pero es que no quiero molestar si viene gente! El civismo y la prudencia se manifiestan en pequeños gestos. Así son los compañeros que conforman este grupo.
Iniciamos nuestro pequeño viaje a 1.291 m. de altitud por una senda amplia, camino forestal, que asciende sin tramos para una recuperación física (no sin antes hacer la foto inicial de rigor delante de la iglesia de San Juan Bautista) hasta la cota superior de 1.675 m.
Al inicio justo de nuestro recorrido José Antonio y Elizabet, que ya habían participado en nuestra salida anterior y en el recorrido por el Camino de Santiago de nuestros compañeros que hasta allí se desplazaron, nos plantean que quieren incorporarse al grupo como miembros de pleno derecho. Esta solicitud nos plantea una cuestión a resolver dado que tenemos aprobado que el número máximo de componentes es el de 25.
Como principio no escrito, pero de obligado cumplimiento moral, aplico aquello de que las normas no se escriben para poner impedimentos sino para la resolución favorable de las cuestiones que a los grupos se pueden plantear, propongo de inmediato la admisión de ambos en nuestro club que es asumido por los socios participantes en la ruta.
Ángel, nuestro guía, había anticipado en la convocatoria un recorrido moderado y dado que no veíamos el final del ascenso se han oído voces de -¡Ángel, así que moderado, eh!-, dentro del buen humor que nos caracteriza.
Camino tremendamente seco como respuesta a la sequía prolongada que estamossufriendo. Hayas, pinos, acebos, rebollos y otras especies de la flora propia del lugar también dan muestra de esta sequía.
El largo ascenso hace que el grupo se estire rompiendo la unidad con la que la habíamos iniciado.
Según ascendíamos y avanzaba la mañana nos hemos visto obligados a despojarnos de las prendas de abrigo con las que habíamos partido ya que, tanto la temperatura como el esfuerzo se manifestaban físicamente en nuestro cuerpo.
Conversaciones con temas muy diferentes han surgido durante el ascenso, aunque creo a destacar el incidente del aparcamiento del coche de Ángel en el Camino de Santiago, que todos conocíamos.
A los 1.648 m, el camino se hace plano. Hemos llegado a este lugar con una experiencia inusual. Entre pinos, hemos visto todo un mar azul, efecto óptico de la luz solar con alguna finísima capa de niebla que ha desaparecido inmediatamente.
Allí mismo hemos decidido almorzar.
Nuestro compañero Agnelo, ahora por tierras helenas, el que nos aporta su particular tortilla de patata, nos había anunciado que íbamos la ausencia de su aportación gastronómica. ¡Nada más lejos de la realidad! Feli nos ha agasajado con una torta a base de pan de molde, jamón york, leche y huevo para abrir el menú y nos ha sorprendido con una quesada como postre que, acompañados de el chocolate, frutos secos y café, nos ha impedido rebajar el peso de nuestras mochilas porque se han quedado nuestros bocadillos sin abrir.
Creíamos, fe sin base, que el ascenso había terminado. Pues, no.
Estábamos a 1.634 m y hemos tenido que seguir subiendo hasta los 1.674 m. Cuarenta metros de ascenso que, acompañados de la vana ilusión de que estábamos en condiciones de hacer todo lo contrario, del polvo del camino y de las calorías introducidas en nuestro cuerpo, han provocado en nosotros cierta desilusión.
En otro espacio abierto nos ha sorprendido el saludo del Moncayo, con su exultante e inconfundible contorno.
El trayecto de nuestra ruta ha debido ser modificado por una alambrada inesperada por invisible en el correspondiente track.
Hemos descendido por una senda alternativa en significada pendiente, que nos ha acercado al cauce, a nuestra derecha, del río Arguijo que inesperadamente aparecía con agua.
A nuestros perpetuos acompañantes de la flora del lugar se han añadido las zarzamoras con fruto, que hemos probado y han seguido apareciendo restos de antiguas morrenas de tipo glaciar.
Llegados al lugar hemos entablado conversación con la mencionada lugareña que, solícita, se ha prestado ha realizar una fotografía de nuestro grupo.
De regreso a Soria, hemos parado en el restaurante Cuatro Vientos para tomar una refresco. Anotar como anécdota que, nuestro compañero Julián, mientras intentaba hablar con su familia, se ha dedicado a quitar los tallos secos de unas jardineras repletas de petunias; y curiosa la frase con la que se ha incorporado al grupo:
- Me respetan tanto que ninguno se atreve a contestarme.
Luis
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