“El orden invertido”. Así podría ser
el título de esta crónica. Normalmente, la actividad del grupo comienza por
colgar en nuestra web, con antelación suficiente, el itinerario y fecha
para realizarlo. Llegado el día, se inicia la ruta en el punto convenido y,
después de un tiempo de caminata, en función de la distancia a recorrer,
hacemos la obligada parada para recuperar energías y dar cuenta de las
viandas que compartimos. Luego,
continuamos la marcha hasta completar el recorrido acordado. Este es el orden
lógico de nuestra actividad. Este sábado, 26 de Mayo, sin embargo, hemos
invertido el orden: primero, hemos dado cuenta del almuerzo de media mañana y después, el sabinar
que cerca las inmediaciones de La Cuenca, ha sido testigo de nuestro paso por
el suelo que lo ha visto crecer.
Pero empecemos desde el principio.
Son las 7,30 h. El día ha amanecido con
una climatología hostil para la práctica senderista: una intensa lluvia y la
amenaza de tormentas frustra nuestra intención de hacer la ruta programada, que
nos hubiera llevado por las cumbres de Santa Inés y Peñas Albas. Se impone un
cambio de planes alternativo a esta adversidad. José Antonio y Ángel valoran la posibilidad de hacer un
trayecto por vías que no estén afectadas de excesiva humedad y tener la
oportunidad de hacer un camino menos incómodo. Proponen que nos dirijamos a la
“Peña el duro”, ya que la ruta transcurre fundamentalmente por carretera. Con
este propósito salimos en cuatro coches hacia Pedrajas desde nuestro habitual
punto de concentración, para enfilar la ruta hacia la famosa roca tallada con
la antigua moneda de cinco pesetas. La concurrencia en esta ocasión es numerosa
y hasta veinte integrantes del grupo nos damos cita en este pequeño barrio de
Soria. Pero al llegar aquí la lluvia se hace más intensa. Descartada, por
tanto, la alternativa prevista, hay que buscar
un plan C que nos ocupe la jornada. Ante la incertidumbre de la
situación, algunas compañeras optan por regresar a Soria atendiendo a motivos
laborales o personales, mientras el resto valoramos otra opción válida, que no
sea a campo abierto, en tanto persista la lluvia.
Sin bajarse del coche, Vicente,
felizmente recuperado para la causa senderista, sugiere, a los que han llegado
antes y se refugian del agua en la marquesina de la parada del autobús de
Pedrajas, que vayamos a la casa que
tiene en La Cuenca y disfrutar allí de un novedoso y generoso almuerzo, a la
espera de que las condiciones climáticas sean más favorables a nuestro
propósito.
La sugerencia es unánimemente
aceptada y en pocos minutos se organiza la logística para la provisión de
viandas que el evento requiere: José A. y Elisabel se ofrecen para proporcionar
huevos de sus gallinas “ecológicas”, además de los productos básicos para hacer una
ensalada; Ángel y Ana se desplazan a Soria para adquirir en un conocido
establecimiento hostelero una ración suficiente de torreznos marca de nuestra
provincia; no falta la proverbial tortilla que acompaña nuestras rutas, ya
dispuesta en la mochila de su proveedor habitual, junto a la inseparable bota
de vino, hermanada con la anterior y compañera inexcusable de sus correrías por
caminos y quebradas. Además, contamos con las provisiones preparadas en la casa
de nuestro anfitrión, que no son pocas y, sobre todo, de la selecta bodega que
guarda celosamente en su peculiar dacha. Por si fuera poco, alguna compañera
nos ha sorprendido con una par de botellas “Marqués de Cáceres”, complemento
ideal para lo que promete ser un opíparo almuerzo.
Ha pasado algo más de media hora
desde que nos separamos en Pedrajas y ya nos encontramos en el domicilio-refugio de Vicente los
diecisiete compañeros/as que hemos coincidido en esta desapacible y lluviosa
mañana de Mayo.
La vivienda es una casa-museo
anárquico de imposible catalogación: elementos de etnografía, de numismática, de
historia personal y local, almacén de un anticuario, cementerio de cosas
aparentemente inútiles, colecciones de objetos raros, de fotografías de épocas
pasadas, piezas desgastadas o desfiguradas por la herrumbre, aparatos de música
modernos…La muestra de lo allí expuesto es inclasificable y, sobre todo,
exhibido con total anarquía. Lo difícil no es encontrar en la casa de Vicente un instrumento, pieza, objeto o mueble raro,
original o antiguo….Lo
verdaderamente difícil es averiguar el
color de la pintura que recubre las paredes de cualquier estancia de su casa,
porque no queda ni un centímetro cuadrado de éstas visible a la curiosidad del
visitante. Tal es la abundancia y abigarramiento de piezas expuestas, que las
paredes se antojan meras entelequias de una construcción pensada para la
exposición, no para la contención de una vivienda.
Resignado, nos asegura Vicente que su
esposa, Pili, apenas se pierde por La Cuenca para compartir la casa con su
entusiasta marido. Lo comentamos entre nosotros y llegamos a la misma conclusión:
nos parece normal y comprensible la decisión
de su señora. Solo pensar que tanta
pieza allí presente requiere un repaso con la bayeta o algún desvencijado
elemento que allí se amontona necesita un toque para su presentación decorosa, se
le quitan las ganas de pisar esta singular morada. Y no solamente a ella: a
cualquiera que tuviera la misma intención, le produciría urticaria la idea de
dar lustre o poner algo de orden en esta ilimitada exposición de recuerdos y vivencias personales. Por otra
parte, quien prefiere disponer de un ambiente doméstico despejado y espacioso,
donde disfrutar de la intimidad y comodidad que proporciona el hogar familiar,
no puede por menos que sentir cierto agobio ante esta avalancha de objetos y
elementos que invaden con indisimulada voracidad todos los rincones y recovecos
disponibles.
Dicho lo anterior, la casa de
Vicente, hombre de trato afable, campechano y generoso, es algo más que un
montón de recuerdos abigarrados entre las paredes de una casa. Si se me permite
la licencia, yo diría que este museo caótico rezuma pasión, romanticismo, y
hasta un toque poético. Es lo contrario a un orden lógico en la variada gama de
historias allí representadas, tanto
personales como colectivas. Más bien, constituye la genuina expresión de
la espontaneidad, acompañada de la fuerza que
surge de las experiencias y fantasías hechas realidad en un rincón de la
sierra de Cabrejas, sin otra intención que reproducir su vida, su entorno, su
ambiente, a través de los objetos e
imágenes que impregnan las paredes de esta peculiar exposición. Vicente, sin pretenderlo,
juega con dos seculares conceptos filosóficos: espacio y tiempo. El contenido de su casa es un símbolo del
rapto del TIEMPO pasado, haciéndolo
presente vivo, para apresarlo en el
reducido ESPACIO de su refugio
conquense. Recuerdos, sueños, pensamientos…, todo lo que allí almacena encierra
una historia cargada de añoranzas y emociones. No ha perseguido hacer una exposición con fines culturales o
artísticos, ( si acaso, podría extraerse más de una lección didáctica de su
casa-colección-museo), sino la expresión personal de momentos de su historia y
el mundo que le ha tocado vivir: una fotografía del niño que fue, con el pelo
erizado por efecto del agua con azúcar que aplicaban las madres para mostrar un
cabello hirsuto y un peinado vistoso, la colección de relojes de cuco o la muestra
de un billete falso de 50 €, decorosamente enmarcado, por citar algunos ejemplos,
son solo hitos que él explica con pasión
sobre acontecimientos y/o sucesos de su experiencia vital. No creo que a
Vicente se le deba aplicar la etiqueta del mal llamado Síndrome de Diógenes, a
pesar de su indisimulado afán por almacenar antigüedades o reliquias de muebles
herrumbrosos. Más bien me parece la obra de un romántico que se ha puesto por
montera el orden, la corrección o la pulcritud que exige mostrar tanto objeto a
la vista de los demás, para exhibir imágenes y recuerdos que el paso de los años ha teñido de tonos ocres.
Y una vez escudriñado cada rincón de
la casa, generosamente mostrada por nuestro anfitrión, vamos con los
preparativos para poner sobre la mesa el menú de este inesperado y original
almuerzo.
En un breve intervalo de tiempo han
llegado Angel y José A. con los productos comprometidos para la ocasión.
Sin desmerecer la modesta
contribución de los chicos que hemos preparado la mesa, dispuesto la
vajilla y distribuidas las sillas para
acomodo del resto de compañeras/os, (la casa de Vicente cuenta con recursos
suficientes para el grupo que nos hemos reunido…y más), no puedo por menos de
reconocer la diligencia y disposición de nuestras chicas a la hora de atender
las tareas culinarias para que todo estuviera a punto en su lugar y momento.
En un plis-plas nos encontramos todos
acomodados para dar cuenta de esta improvisada celebración, con la indisimulada
satisfacción de compartir viandas entre un grupo de amigos a quienes une una
misma pasión. Excelentes los huevos fritos que Alicia prepara con esmero en la
cocina de butano de nuestro anfitrión; refrescante la ensalada que Elisabel ha
troceado con innegable esmero; sabrosos y crujientes los torreznos que ha proporcionado Ana Bernal; y qué decir de la
habilidad de Ana de la Hoz para descorchar los Riojas dispuestos en la mesa….Y,
por supuesto, la entusiasta aportación del resto de compañeras, completando
detalles que facilitan la más exquisita
atención colectiva. En fin, todo un alarde de organización y eficacia ante la novedosa situación, pero, sobre todo, una
muestra más de camaradería y unión, seña
de identidad del grupo. A ello se añade la labor técnica de nuestro serpa para recoger las mejores
imágenes del momento, que luego veremos en el audiovisual de la jornada,
testimonio histórico de cada salida por esos campos de nuestra geografía.
Hemos satisfecho nuestras necesidades
gastronómicas y ha mejorado considerablemente el tiempo. Luce un sol primaveral, con intervalos de
nubes, que nos invita a practicar lo que no hemos podido hacer hasta ahora.
Ante esta circunstancia, la opción propuesta es hacer un pequeño recorrido por
el sabinar de las inmediaciones de La Cuenca, no sin antes conocer el pueblo de
nuestro anfitrión, que se muestra encantado de enseñarnos, empezando por el
jardín próximo a su casa y almacén anexo, que, como no podía ser de otra forma,
está saturado de trastos de difícil uso práctico. Casas recuperadas y algunas
reconstrucciones de antiguas chimeneas cónicas
no muy afortunadas, se mezclan con otras cuidadas fachadas, que
reproducen la esencia de la arquitectura rural y ofrecen la decorosa imagen de
una localidad bien conservada.
Abandonamos el pueblo por el sitio
donde yacen dos hermosos ejemplares de troncos de sabina, junto a un antiguo herradero de caballerías y
el lavadero colectivo que fue, para adentrarnos, tras un corto recorrido por
tierras de labranza, en la extensión del monte enebral que desciende de la
sierra de Cabrejas y se integra en el sabinar de Calatañazor,
incluido en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. Este bosque,
acogedor y longevo, contiene una de las escasas masas de sabinas albares
(Juniperus Thurifera) de porte arbóreo y gran altura. Forma parte del gran
sabinar de páramo más extenso y mejor conservado de la Península e, incluso, a
nivel mundial. La sabina albar prolonga su vida hasta los 300 años, aunque
puedan vivir hasta los 500. Sus bosques abiertos nos evocan sobriedad y
soledad. Sobriedad por la ausencia de otros cultivos en su entorno y soledad a
la que nos trasladan estas tierras duras y pedregosas donde crece, sin apenas
tierra vegetal y donde el agua
desaparece rápidamente con los rigores climáticos del sistema mediterráneo continental, de
inviernos duros y veranos calurosos. Este árbol, reliquia del Terciario y
habitante de suelos pobres a más de mil metros de altura sobre el nivel del
mar, además del valor ecológico que representa, suma la riqueza de sus frutos,
las bayas, que alimentan en los meses de más frío a cuervos, urracas, zorzales
y otros pájaros.
Sorprende la antigüedad en muchos de
los ejemplares que vamos viendo por el camino, pero sobre todo las caprichosas
formas que se forman en sus vetustos troncos, algunos de los cuales presentan
aberturas desde la misma base, dando
origen a imágenes que evocan un bosque encantado, con personajes fantásticos
que pululan en la literatura de estos parajes. Y si no, ahí queda para la retina la imagen de Julián,
bajo una de estas oquedades del tronco a
ras de tierra, simulando la presencia de un gnomo que se hace visible al
visitante. Y alguna tierna escena de quienes buscan la protección de la encina,
junto a su tronco dispensador de vida y
garantía de longevidad….
Atravesamos majadas en aparente buen
estado de conservación, mientras sentimos el aroma de algunos ejemplares herbáceos, como el espliego o lavanda común,
que se cruzan en nuestro camino. No faltan las discretas paredes rocosas de
escasa altura que conforman la morfología pedregosa de estos suelos, y en nuestro caminar
percibimos el agradable olor que
desprende este aromático árbol, dueño en solitario de estas llanuras.
La ruta transcurre con la animación
habitual de nuestras escapadas por los lugares visitados: comentamos lo que
vemos, nos admiramos de lo que nos sorprende, preguntamos lo que desconocemos….
Y durante algo más de hora y media
hemos completado una distancia de 8,5 Km. Todo ha sido un ejercicio de
adaptación a una circunstancia climática adversa, pero no por ello menos
gratificante para la salud social del grupo.
Hemos llegado al
pueblo, dejamos la casa de Vicente con los mismos recuerdos y cacharros
que forman su personal querencia y tomamos los coches para dirigirnos a Soria,
donde finalizamos la mañana en nuestro habitual punto de concentración. Una
cerveza, un vino, una animada conversación y el buen recuerdo de haber disfrutado
un día más de una hermosa jornada.
AGNELO
YUBERO
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