(COVALEDA, 2 de Junio 2018)
El título de esta crónica podría parecer que
contiene una incorrección gramatical. Hubiera sido más propio cambiar la
preposición del encabezamiento y decir que hemos paseado CON los abuelos del bosque,
si no fuera porque tales “abuelos” permanecen quietos, inmóviles, impasibles ante
nuestra presencia, pero llenos de energía
estos habitantes naturales del espectacular
y frondoso bosque covaledense, donde admiramos con emocionada sorpresa la longevidad
que rezuman no pocos ejemplares de la
masa arbórea que coloniza este territorio, testimonio fehaciente de una
naturaleza sabia, que ha dejado
destellos de belleza biológica y orgánica en estos supervivientes de mil
batallas contra todo tipo de adversidades ambientales y climatológicas, y que
la tradición popular ha personificado con el familiar término que nos habla de su edad.
A las 7,00
h. partimos hacia Covaleda diez compañer@s del grupo. El día presenta un aspecto luminoso y soleado, no obstante las
previsiones meteorológicas que vaticinan la posibilidad de algún chubasco o
tormenta durante la mañana. Afortunadamente, las previsiones no se cumplieron y gozamos de una espléndida jornada entre el
relajante olor a pino y el murmullo del
agua que producen los caudalosos arroyos
que riegan las entrañas de este bosque, por momentos, encantado.
Al filo de
las 8,00 h. hemos llegado hasta las inmediaciones de Bocalprado, donde dejamos
los coches para iniciar desde aquí la ruta. Una prolongada, aunque no
excesivamente pronunciada, subida por una cómoda pista forestal nos pone en el
paraje de Tejeros, tras una primera etapa de algo más de 3 Km. Desde aquí nos
dirigimos hacia el primer objetivo de nuestra visita: conocer el “Pino Rey”,
que sería como darle el atributo de “abuelo mayor” del bosque. Desde el collado de Tejeros apenas
cuatrocientos metros nos separan de
nuestro centenario pino silvestre de regio calificativo, que muestra pujante
sus extraordinarias medidas: 6,12 m. de perímetro basal; 17,5 m de altura; 13,0
m.de anchura de copa. Un peso calculado sobre 18.000 Kg. Y una edad estimada entre 450-500 años. No es el único que llama
la atención, pero sí tal vez el espécimen que mejor representa esta particular
“sociedad gerontológica” arbórea, que ha echado raíces (nunca mejor dicho) en
las estribaciones del Urbión. Junto a él, y adentrados en esta parte
nororiental del pinar de Covaleda, vamos descubriendo otros “pinos zamplones” como también se les conoce
(no busquen en el diccionario el término “zamplón”; no existe) que rivalizan
con el “rey” del monte. Son pinos silvestres grandes, hermosos a nuestros ojos
por las formas retorcidas y singulares que poseen, pero probablemente faltos de
valor para la calidad y aprovechamiento de su madera. En esta parte del monte,
más expuesta a los elevados fríos del
invierno y con menos profundidad de
suelo, los árboles desarrollan menos altura y su porte es menos esbelto y
alargado. Abundan los ejemplares achaparrados, más gruesos, ramosos y con copas
más abiertas. La mayor lejanía del pueblo y su menor calidad maderera, como se
ha apuntado, hizo que se dejara de lado su aprovechamiento, lo que unido al
sistema de tala controlada y suficiente para satisfacer las necesidades económicas
del municipio, ha permitido que se conserve hasta nuestros días este espectacular, raro, visitado y admirado pino albar.
En nuestro
camino por este paseo entre los “abuelos”, encontramos unas curiosas y
rudimentarias plataformas aéreas sobre los pinos, a las que se accede, no sin
ejercer cierta pericia, a través de una rústica escalera de madera apoyada
sobre el tronco del mismo. Se trata de puestos de vigilancia y observación al
paso de las palomas en época de caza, que, a juzgar por su aspecto, hace tiempo
que no se utilizan.
Abandonamos
esta parte del pinar, mientras vamos admirando ejemplares de “zamplones” que se presentan a nuestro paso,
a cuál más curioso en formas de crecimiento, ramaje, magnitudes y tamaños….lo
que nuestro imaginativo serpa aprovecha
para dejar impresa en su cámara alguna imagen surrealista de difícil ejecución
material: nada menos que sentar en una elevada rama de un pino a nuestras
chicas; todo una muestra de ingenio y humor fotográfico.
Hemos salido
de la frondosidad del collado de Tejeros y de nuevo retomamos una cómoda pista
forestal para enfilar hacia el “Muchachón”, pero antes, y de camino hacia el
mismo, tomamos la desviación que conduce al refugio de “Tres Fuentes”. Un
hermoso y pequeño refugio de montaña, primorosamente conservado y mejor
cuidado, desde el que se nos ofrecen unas
espectaculares vistas de los perfiles del pantano de la Cuerda del Pozo.
La mañana es clara y diáfana, lo que facilita que los horizontes que se contemplan
desde esta privilegiada plataforma (estamos a 1.900 metros de altitud), nos
trasladen con la vista hacia otras cumbres que se dibujan en la lejanía, donde
parece existir un punto de sutura entre el tejido celeste y la cresta montañosa
que lo une con aquel. Muy cerca del refugio se ha sustituido la anterior torre
de vigilancia contra incendios por otra más moderna, que además incorpora
elementos de transmisión de datos a las empresas de telecomunicaciones.
Dejamos el
refugio y el agradable regusto de las vistas contempladas para dirigirnos hacia
otro no menos emblemático paraje de estas latitudes: el Muchachón. Como nativo de estas tierras, me preguntan
mis compañeros con frecuencia el origen
o motivo del nombre de estos parajes.
Difícil respuesta. Los hemos conocido desde siempre bajo esta denominación,
pero ignoro de dónde derivan estas expresiones, tan familiares a nuestro
oído que no entra en nuestra
prioridad preguntarnos el por qué de su
identidad nominal.
Continuamos
pista adelante (la misma que conduce
hasta la falda del Urbión) y en pocos minutos hemos llegado a la explanada del Muchachón,
desde donde descendemos por una suave y
corta pendiente hasta el refugio del mismo nombre. Como todo refugio de
montaña, presenta una sólida y robusta construcción en piedra de sillería,
resistente a las inclemencias meteorológicas que por estas cumbres son tan
habituales. El interior es de una única
pieza, a diferencia de otros refugios que disponen de dos estancias, la pieza de la entrada, donde
se ubica la cocina francesa y una
habitación separada. Esta sencilla forma de distribución cumplía la doble
función de proporcionar techo y cobijo
al vigilante que atendía la torre de control contra incendios, así como a transeúntes
ocasionales y, a la vez, guardar los equipos y útiles para el uso y
mantenimiento de las citadas torres de control que se levantaban junto a los
refugios. Este del Muchachón también tuvo en su momento dos piezas
diferenciadas, mientras existió una de las citadas instalaciones anti-incendios
junto al mismo. Una vez desaparecida esta, se eliminó el tabique de separación,
dando como resultado una amplia y cómoda estancia, con su irrenunciable cocina
francesa, dotada de una larga mesa y bancos adosados para hacer más confortable
la permanencia de sus transitorios ocupantes. Observo caras de sorpresa al
entrar en el mismo por las comodidades que nos brinda para nuestra necesaria
parada gastronómica, pero sobre todo por lo cuidado y limpio que se presenta al
visitante. Como todos nuestros recesos gastronómicos de ruta no falta el buen
humor, las impresiones que nos deja este paseo, primero “con” los abuelos del
bosque y después entre los esbeltos y elegantes pinos de esta afortunada tierra
del Urbión. Tampoco faltan la tortilla, la bota, los arándanos rellenos de
chocolate, los frutos secos variados y hasta el café humeante, gentileza en
este caso de José María y Alicia. Unas vacas que pacen por allí no son ajenas a
nuestra presencia y se han acercado hasta la misma puerta del refugio, en
actitud curiosa por conocer a esos extraños okupas de sus pastos y dominios.
Cuarenta y
cinco minutos nos separan de nuestra próxima parada: el refugio del “Becedo”.
Ahora caminamos en pronunciado descenso, casi siempre bajo la sombra protectora
de nuestros esbeltos y silenciosos ocupantes de este reducto montañoso,
privilegio envidiable que la naturaleza ha otorgado a estas tierras. La
pendiente discurre a veces por la torrentera natural que ha dejado el agua en
su caída, lo que obliga a afianzar nuestra pisada para evitar cualquier
incidente. En la bajada, conocemos una fuente canalizada, a la que se ha dotado
de una minúscula pileta de retención de agua, y que da origen al arroyo de la
“Ojeda”, que ya tuvimos ocasión de admirar no hace muchas semanas en su
expresión más bravía en la cascada del mismo nombre.
Los últimos
metros de esta penúltima etapa son llanos y no faltan espontáneas muestras de
belleza natural, en forma de rocas que parecen talladas simétricamente con cortes
longitudinales y verticales, emulando la distribución de espacios para un
motivo pictórico.
Y ya tenemos
a la vista el refugio del “Becedo”. Llama la atención por la singularidad de su
diseño: dispone de un pórtico de entrada, al que se accede no por una puerta,
como es lo habitual, sino a través de unos barrotes que obligan a colocar el
cuerpo de perfil para traspasar a su interior, lo que dificulta enormemente el
paso de quienes hagan gala de un organismo caracterizado por su redondez. Sobra
la explicación del motivo de esta singular intencionalidad: por aquí es
frecuente el ganado suelto y no se ha pensado que ocupen este envidiable
surtidor de sombra los astados que pastan por estos pagos. Una vez dentro del
porche, y tras franquear la puerta de entrada al interior de la dependencia, impresiona la limpieza y exquisita
conservación que presenta. Es de una pieza, sin mobiliario que lo complemente,
pero resulta acogedor y confortable por su amplio espacio y la sensación de
encontrarte en un lugar cuidado, a la vez que compartido.
Fotos de
rigor, bromas sobre la corpulencia o delgadez para atravesar los barrotes con
mayor o menor facilidad y desde aquí ponemos rumbo, última etapa, hacia nuestro
punto de partida, para completar el circuito circular que marca el wikilock de
nuestro serpa. Es algo más de un Km. lo que nos separa de Bocalprado, mientras
por el camino, en este caso la pista forestal, nuestro benjamín del grupo,
Miguel, no se resiste a fotografiarse junto a una fuente que hay en el margen
izquierdo de la carretera, la “Fuente Los Vagos”.….Nada personal ni otras intencionalidades asociativas con el nombre;
simplemente un capricho juvenil.
En el trecho
que separa el Becedo de Bocalprado podemos apreciar el resultado del trabajo
habitual que se realiza en los pinares: en esta zona se ha llevado a cabo
recientemente una tala de pinos, que permanecen distribuidos a lo largo de la
cuneta de la carretera, limpios ya de
ramaje, algunos conservan en su integridad el tronco aprovechable, otros
han sido cuidadosamente cortados en estudiadas proporciones y todos preparados
para su transporte a la serrería, donde se transformarán en útiles productos
madereros. Es la ley de los montes: el aprovechamiento de sus recursos
forestales mediante talas controladas, para hacer un sistema sostenible de riqueza productiva.
Y puesto que hemos caminado entre
pinos y rocas, admirando y disfrutando la belleza natural de estos parajes,
quiero terminar el relato reproduciendo el sentido soneto que D. Víctor Algarabel Lallana, cura-párroco que
fue de Covaleda por los años 60 y 70 y enamorado de estas tierras, dedicó al
pino albar:
Mi pino albar, parábola
extendida.
Raíces, tronco y copo
en armonía.
Desnudo. Nada más. Tu
lozanía
existencial pletórica
escondida.
Abrazado a las rocas
hasta el cielo
lanzarás tu esperanza
en agonía,
cuando el recio
huracán, la nieve fría
pretendan abatirte por
el suelo.
No hay hombre sin ayer
–raíz profunda-
en viva humanidad y
sabia anclado;
sin tallo firme, de su
hoy enamorado,
desnudo de barroca barahúnda,
viviendo su expansión
–limpia madera-;
de la vida lanzado. ¡Dios
le espera!
AGNELO YUBERO
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