Hay
ocasiones en las que el grupo se viste de gala, y no tanto por el brillante
azul identitario que luce la indumentaria del colectivo, cuanto por otros
factores que ofrecen algo especial a nuestras rutas, bien sea por el concurrido
número de participantes en la actividad, el interés que presenta el paraje a
recorrer, la acreditada fama que tiene el lugar, o por todos los motivos
anteriores.
Nuestra
salida a las CASCADAS de PUENTE RA encaja en el último de los supuestos: gran
concurrencia de participantes en esta excursión (omito enumerarlos porque sería
más fácil nominar a los que faltaron a la cita), innegable interés
paisajístico, precedido de una sencilla pero eficaz propaganda que del lugar
hizo nuestro solícito presidente la semana precedente para incentivar la
participación en esta ruta. Y las expectativas no defraudaron. A nuestra hora
más habitual de concentración, las 8,00 de la mañana, y en el emplazamiento de
costumbre, las inmediaciones de la cafetería “El Lago”, nos dimos cita hasta 22
entusiastas caminantes para dirigirnos hasta la explanada de la ermita de la
Virgen de Lomos de Orio. Nos adentramos en tierras riojanas, pero con innegables reminiscencias
sorianas, tanto por la proximidad con nuestros vecinos riojanos, como por la
concurrencia de sorianos a la romería que
anualmente se celebra a este santuario el primer domingo de Julio.
El
plan es iniciar la ruta desde la
explanada del aparcamiento al pie de la ermita, para descender hasta el arroyo
de Puente Ra y remontar su curso por la
margen derecha.
Durante el viaje hacia nuestro punto
de partida y una vez que hemos abandonado la N-111, tomando la dirección hacia
Villoslada de Cameros, empezamos a admirar la frondosidad y variedad de
especies arbóreas que flanquean la estrecha carretera. Tengo la suerte de viajar
con Alberto, quien, por su conocimiento del medio ambiente al que ha dedicado
sus años de vida profesional y la pasión con la que habla de lo que él tan bien
conoce, el trayecto resulta una agradable lección didáctica sobre algo tan
natural y frecuente a nuestra vista, como son las distintas clases de
árboles que vamos admirando y las
características diferenciadoras de unos y otros. El viaje, en estas
condiciones, se convierte en una amena tertulia enriquecedora para quienes no
andamos muy sobrados en conocimientos de botánica.
Llegados a nuestro punto de partida, y
tras estacionar los coches en el aparcamiento citado, ojeamos someramente los exteriores de la ermita y construcciones
aledañas, y aplazamos su visita para el final del recorrido.
El inicio del camino es un cómodo y
pronunciado descenso hasta alcanzar el cauce del riachuelo, pero a nadie se nos
escapa que el regreso será una empinada subida de finalización de ruta, inexcusable para los que han traído el
coche, aunque Ángel, nuestro experimentado sherpa, ha previsto una ruta
alternativa más cómoda para quienes no estén obligados de ponerse al volante y de esa manera puedan
continuar por la margen izquierda del río, hasta un punto de recogida por
nuestros/as abnegados/as conductores/as.
Y ya puestos en ruta, me gustaría
diferenciar, aunque solo sea a efectos meramente descriptivos, tres planos o
aspectos distintivos de la belleza natural que se nos presenta a lo largo del
camino. Por una parte, la variedad de árboles y arbustos que se ofrecen a
nuestra mirada. Por otra, la riqueza cromática que emana de esta diversidad
arbórea, y en tercer lugar, la siempre refrescante imagen del agua, saltando
entre peñas, dibujando armoniosas cascadas o formando oquedades naturales, como
si quisiera darnos cobijo y acogernos en esas cuevas horadadas a lo largo del
tiempo inmemorial que ha cincelado su curso.
Empezando por el primer plano, la
naturaleza no deja de sorprendernos por la abigarrada gama de especies arbóreas
que custodian, vigilan y dan sombra a esta pequeña, pero a la vez intensa
corriente de agua que forma el cauce del
arroyo: pinos silvestres, hayas, fresnos, robles, tejos, acebos,
abedules….compiten por hacerse un hueco en el camino que contempla el sereno
discurrir de un río, mientras le dan
color, sombra, vida, armonía y equilibrio, que solo la naturaleza sabe ofrecer sin intervención humana. Un sabio diseño (o diseñador) de espacios naturales ha hecho de este paraje
un mágico puzle, donde cada pieza natural encaja y se hermana perfectamente con
su parte del conjunto más cercano, hasta formar una completa estampa que
transmite la belleza singular de este hermoso enclave. Factores como el suelo,
la humedad, el clima, el sol….se unen en extraña complicidad para conformar una
sinfonía vegetal, con la sensación de hallarnos ante un bosque encantado.
Esta armonía paisajística estaría
incompleta sin la gama cromática que el ropaje de los árboles proporciona a la
estampa otoñal que admiramos. Arbustos de hoja perenne, como el acebo, el pino
silvestre o el tejo, nos ofrecen el verde dominante, con los matices e
intensidades que exhiben estos ejemplares, mientras los tonos ocres, amarillos
o anaranjados nos muestran la presencia
de hayas, abedules, fresnos y algún roble, que van desprendiéndose de su ropaje
por efecto de su ciclo estacional, a la vez que alfombran el suelo con la
hojarasca que cubría sus ramas.
Y por último, pero no menos
espectacular, es la cadencia del agua al saltar entre las rocas que forman este
pequeño, pero espectacular, valle
fluvial. Las cascadas de este corriente, encajonadas en los peldaños rocosos
que va formando el río, completan la partitura que pone la música de fondo al
susurro del viento que barre las hojas caídas o mece delicadamente las ramas
del tupido bosque que le vigila desde el otro lado de su territorio. Salta y
fluye, en unos tramos, se despeña y raudo se remansa sobre el suelo que frena
su caída, en otros. Caprichoso y coqueto, forma cuevas en las inmediaciones de
la masa pétrea que le escolta en su recorrido, como si quisiera perpetuar su
presencia y convertirlas en mirador inmaterial de su bravía carrera por el
bosque encantado, antes de entregar el caudal a su hermano mayor, el Iregua.
Hemos completado el recorrido
suficiente para admirar el entorno que este valle nos ofrece. Captar la
variedad de olores, colores, susurros… que entran por nuestros sentidos, se
antoja un ejercicio que podría extenderse sin límite en el tiempo, pero no
solamente de sensaciones visuales, auditivas, olfativas vive el hombre. Existen
otras que reponen el esfuerzo del camino y apaciguan las urgencias de nuestro sistema
digestivo. Tras atravesar un rudimentario puente que cruza un humedal del
arroyo, descargamos nuestras mochilas para disfrutar de las viandas
individuales y compartidas, regadas con el tinto que facilita el tránsito
intestinal. Aprovechamos la ocasión también para cantarle a José Antonio el
happy birthday tou you el día de su onomástica y desearle que cumpla muchos
más.
Regresamos por el mismo camino que
hemos traído pero, como he apuntado antes, parte del grupo evita la empinada
cuesta que conduce de nuevo hasta la explanada de la ermita y se dirige por la
margen izquierda del arroyo hasta un merendero con refugio (punto de encuentro de los cazadores de la
zona, por lo que pudimos ver), que se encuentra al pie de la carretera en
nuestro camino de regreso a Soria. Obviamente, este grupito no tiene ocasión de
visitar el santuario (algunos ya lo
conocían), por lo que la última hora de nuestra ruta la dedicamos a conocer la
afamada y venerada ermita de la Virgen bajo la advocación de Lomos de Orio.
Emplazada en un idílico paisaje en el
corazón de la Sierra Cebollera, el templo es un bello ejemplo de la
arquitectura del siglo XVIII, a la que se accede por una amplia escalinata
formada por filas de piedra de mampostería fijadas sobre el suelo, pero sin
trabazón entre los distintos peldaños que genera la subida, lo que facilita el
crecimiento de la hierba entre los planos
que conforman la sucesión de dichos peldaños. El interior nos presenta una
bóveda de cañón perfectamente perfilada y cúpula y pilastras con profusa
decoración de yeserías. Muy vinculada a la trashumancia, el centro del retablo
está presidido por una talla de la Virgen de Lomos de Orio del siglo XIII, similar a la Virgen de Valvanera,
también de ascendencia riojana, con la que comparte el mito de su aparición en
el hueco de un roble.
Durante
el año se celebran dos romerías, pero la más concurrida es la que tiene lugar
el primer domingo de Julio, (llamada de “Caridad Grande” o las “Corderas”), con
nutrida afluencia no solamente de los lugareños riojanos, sino también con
gentes provenientes de Soria y de Burgos. Tiene su origen en una leyenda del
siglo XVI, que habla de la protección de la Virgen a un grupo de pastores que
venía con su ganado de Extremadura y los libró del robo a que estuvieron expuestos por parte de las
tropas comuneras, merced a un voto que hicieron a la Virgen si los libraba del
inminente latrocinio. Al final de la misa, se reparte entre los asistentes pan
y carne de cordero, como parte del memorial que enraizaba a los pastores con
esta tierra. Cerca del lugar del reparto
de viandas existe una fuente donada por chilenos, que se conoce por este
nombre, y que también sirve de abrevadero para los animales. Sobre la fachada
de la ermita se puede apreciar una pequeña escultura con la figura de un
lagarto, y a la entrada del templo tenemos un lagarto tallado, partido por la
mitad en forma de dos cuernos de vaca. Se remonta a otra leyenda del siglo XIX, que habla de un
pastor que cuidó de un lagarto siendo
una cría. Cuando creció y adquirió proporciones desmesuradas intentó atacar a
su benefactor. Este se refugió en la ermita y cuando el lagarto lo acechó hasta
la puerta, ésta, por mediación de la Virgen, se cerró, seccionando al lagarto
por la mitad. Otra de las simpáticas y amenas leyendas que se han formado en
torno a este enclave mariano.
De regreso a Soria, los comentarios
del viaje no pueden ser otros que las impresiones que nos llevamos de este
nuevo y atractivo recorrido por dominios riojanos, pero con indudable regusto
de ambientes sorianos, por nuestra proximidad, nuestra afinidad y nuestra
co-propiedad, si así lo podemos llamar, del paisaje, la belleza natural y el
encanto de estas tierras a caballo entre La Rioja y Soria.
Agnelo
Yubero
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