21 de octubre.
Sábado. Hoy tenemos una cálida mañana nublada y nuestra ruta discurre desde el
aparcamiento de los Arcos de San Juan de Duero hasta la Ermita del Sto. Cristo
de los Olmedillos. Hacemos la ruta Luis, Alberto, Agnelo, Reme, Rosi, Almudena,
Gema, Feli con su Zar, Pilar y Emi.
Comenzamos
el ascenso por el célebre Monte de las Ánimas soriano y al inicio de su ladera
nos detuvimos a ver un antiguo nevero restaurado y bien señalizado, que es de
origen medieval y de procedencia probablemente árabe .Como su nombre indica su
finalidad era guardar nieve durante todo el año, capas de paja servían de
aislante y en el buen tiempo era sellado y así se disponía de hielo todo el año.
En el
ascenso volviendo la vista hacia atrás vamos viendo nuestra ciudad rodeada de
dorados tonos otoñales. Desde la cumbre nos encauzamos por un camino recto y
bien marcado por el que enfilan las torres de la luz; abstraídos en las
diferentes conversaciones nos salimos de la ruta, por lo que seguimos por este
mismo camino hasta poder volver hacia nuestra izquierda ya con Valcorba y
Cadosa frente a nosotros.
Las
encinas comienzan a ceñir nuestra senda y enseguida nos situamos en el punto
correcto pasando por debajo de la carretera que conduce a Zaragoza. Este paso
está lleno de barro y con agua pero tenemos piedras seguras para superarlo.
Las
encinas se comienzan a mezclar con los robles hasta que llegamos a un paisaje
en el que predomina éstos sobre aquéllas, caminamos sobre un mullido suelo
entre un arbolado ya muy amarillento y…estamos perdidos otra vez, porque hoy
nos orienta wikiloko.
Todos estábamos
muy tranquilos porque a pesar de que falle la tecnología, en estos parajes no teníamos
pérdida, pero nuestros compañeros Luis y Gema estaban desconcertados por los
saltos que daba wikiloko.
Entre
robles alguna tierra labrada, a lo lejos encinares y un cielo gris que nos amenazaba
por el noreste.
Se decidió
atravesar por un robledal en búsqueda de nuestro camino y pronto llegamos a la
vieja y olvidada vía del tren. Al pie de los raíles encontramos un antiguo
poste de telégrafos con sus aisladores de cristal todavía insertados, los
recogimos y nos los repartimos entre todos como recuerdo.
Anduvimos
un rato pisando las viejas traviesas de la vía hasta que un gran mastín nos
comenzó a saludar con sus ladridos. La atención de este gran perro se centró en
Zar y en su ruidosa compañía llegamos a una finca particular en la que
conocimos a Vicente, su guardián, y tras pedirle permiso no solo nos dejó
acceder a la ermita, sino que nos abrió su puerta.
Nos
encontramos en el Campillo de Buitrago, en plena comarca de Frentes.
Puedo afirmar que el pequeño templo nos
entusiasmó a todos:
Es una ermita
del siglo XVIII que pertenece a Velilla de la Sierra. Aquí se celebran romerías
en las que participan vecinos de Renieblas y Ventosilla de la Sierra también.
Su planta parece rectangular con dos pequeñas
capillas como anexos a ambos lados de la planta. Una torre con espadaña y con
dos campanas.
Entramos
a través de un arco de medio punto en su lateral. Al entrar una antesala con
suelo antiguo de cantos da lugar al templo a través de una reja. En el ábside
el altar mayor con la imagen del Cristo crucificado y dos altares menores uno a
cada lado de la estancia.
Nuestras
miradas se dirigen en un principio a esta imagen que domina el lugar. No
sabemos a que época pertenece, pero observamos que esta representación de
Cristo tiene ya bastante realismo, su anatomía está algo marcada y sus ojos
cerrados, los brazos descendidos y sus piernas flexionadas, quizá pertenezca a
un gótico temprano.
Una bóveda con motivos vegetales en vistosos
colores y otras pinturas muy bien conservadas sobre fondo blanco dan alegría al
interior y en los laterales, colgados entre las falsas columnas lo que parecen
ser exvotos (ofrendas hechas por un bien recibido) representados por distintas
partes anatómicas de muñecos: brazos, piernas y cabezas penden desde hace
muchos años.
Tomamos
el almuerzo al abrigo de los muros de la pequeña iglesia y lo finalizamos con
un delicioso chupito (o dos porque eran pequeños) de pacharán casero que Agnelo
llevaba en su petaca. Nos vino bien porque el ambiente había refrescado y después
de la parada nos habíamos quedado helados.
La
finca se veía muy bien cuidada, había patos, ocas, pavos reales y en el centro
un antiguo pozo y los restos de un viejo horno y no podía faltar leña de roble
bien cortada, apilada y preparada para el invierno venidero.
Emprendemos
la vuelta tomando un camino hacia la izquierda de la finca entre tierras aradas,
pero con robles al pie del camino. Con la 122 de frente nuevamente, giramos a
la derecha y aquí Alberto llama nuestra atención porque tenemos a la vista
quejigos que en esta época se distinguen mejor por su hoja caduca (para que nos
quede claro a todos ya definitivamente)
Wikiloko sigue dando tumbos, pero parece que
por aquí el camino puede estar difuminado entre malezas y campos de cultivo por
lo que avanzamos por el límite de éstos y al caminar miles de diminutas mariposas
salían entre los restos de la siega.
De vez
en cuando Zar salía disparado hacia algún lugar y al seguirlo con nuestras
miradas veíamos corzos atravesando la campiña.
De
nuevo llegamos a territorio de encinas y aunque las dudas sobre el camino correcto
continuaban, enseguida nos dimos cuenta de que ya estábamos volviendo sobre
nuestros pasos. Nuestro caminar en este momento iba acompañado de la suave y
bien entonada voz de nuestra querida Rosi.
Como colofón a nuestra ruta aún atravesamos un
bosque espeso de encinas, chaparras pero muy frondosas y llenas de líquenes por
la oscuridad y la humedad que genera la espesura.
De
nuevo en el Monte de las Animas, no se nos escapa el detalle de la guarrería
humana Rosi propone bajar por un lado diferente al que hemos subido y según
vamos descendiendo por aquí, si abrimos mucho los brazos podemos dar un gran achuchón
a nuestra querida ciudad.
Una
buena ruta debe acabar con una cerveza fresca y un rato de descanso y si además
ésto lo hacemos junto a los Arcos de S. Juan de Duero y bajo el Monte de la
Ánimas.
¿Qué
más se puede pedir?
¿Quizá
recordar un fragmento de la leyenda Becqueriana?
“Desde entonces dicen que cuando llega la
noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas
de los muertos, envueltas en sus jirones de sus sudarios corren como en una
cacería fantástica por entre la breñas y los zarzales. Los ciervos braman
espantados, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los
descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas…..”
Deseando
compartir nuestra siguiente ruta, Soria paso a paso.
EMI
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