Sábado 6 de mayo, por primera vez el punto de encuentro no será en El
Lago sino en el pueblo donde se inicia la ruta, en este caso Villaciervos, es un itinerario circular y según la
información que tan meticulosamente nos prepara Ángel en wikiloc vemos que
tenemos un recorrido de 13 Km y poca dificultad técnica.
En el mapa ráster el recorrido está salpicado por grupos de majadas: de las
Carrasquillas, de Colás, de la Llana y del Frontal, indica también la Ermita de
San Cristóbal y la Cueva del Monte, formación kárstica, punto estrella de
la ruta para algunos de nosotros.
A las 8’30, Ángel y Julián ya esperan junto a la iglesia y cuando estamos
todos: Alberto, Luis, Gema, Ana de la Hoz, Miguel, Rosi, Asún y, yo misma, Ana
María, posamos para la foto habitual del inicio de ruta.
La mañana está fresquita y comenzamos a caminar por un increíble bosque de sabinas, en Soria tenemos el más antiguo y extenso sabinar de Europa. Por aquí también se les llama enebros y crecen salvajes y sin apenas podas, aunque encontramos algunos montoncitos de ramas secas y restos de bastantes hogueras utilizadas para la limpieza del monte, están a la vera del camino pero pensamos que deberían hacerlas en lugares sin vegetación, incluso en la misma senda, evitando el excesivo y visible calentamiento de los árboles cercanos.
A lo largo del trayecto vamos admirando las viejas y hermosas sabinas,
cuyo tronco adquiere mil formas, puede crecer recto y elegante o irregular, y
aún resulta más bonito. A veces se despliega en dos, tres, cinco… troncos, con
lo cual el contorno de sus ramas puede ser considerable, otras el ramaje está
alto y parece apuntar hacia el cielo con su copa de hojas siempre verdes y
aromáticas. La textura de la corteza también es un elemento diferenciador y si es muy fibrosa, la sabina puede resultar aún más original y curiosa.
Casi sin darnos cuenta
llegamos a la Cueva del Monte, sacamos las linternas de las mochilas, nos
colocamos los frontales y, expectantes, bajamos para introducirnos por una no
muy ancha abertura, vamos entrando y durante un trecho caminamos con la cabeza
baja, la configuración del terreno obliga
a ofrecer esa muestra de respeto a la Tierra en cuyo interior vamos a
irrumpir.
Aparece una sala bastante
amplia, las paredes de piedra brillan a la escasa luz de las linternas,
infinidad de diminutas gotitas de plata sobre la oscura roca nos dan de manera silenciosa
la bienvenida, contrastando con los nombres y frases arañadas en la piedra,
chirriantes e irrespetuosas con el entorno.
Nos acercamos a admirar una
gran estalagmita truncada, la desgastada parte superior, como una estalactita
con forma de cabeza reptiloide, parece salir al encuentro de su otra mitad.
De la alta bóveda parten
pequeñas y afiladas estalactitas, lo que parece una chimenea, busca la
superficie y en otra zona dormitan los murciélagos, quizá sean los causantes
del color blanco que mancha las paredes, que acaba combinándose con el color
negro que también abunda en la cueva en diseños dignos de un genial pintor.
En la zona baja de la sala se
aprecian las marcas de inundaciones pasadas que han alcanzando niveles bastante
elevados. Ahora no hay agua pero el
suelo está muy húmedo y resbala, con cuidado ascendemos y después bajamos hasta
otra gran sala, será la que llaman La bañera
de la reina ¡lástima que no esté llena de agua! Debe de ser todo un
espectáculo de la naturaleza.
La frase más repetida en
nuestro grupo creo que es: Hay que volver
a hacer esta ruta, pues eso, hay que volver cuando el agua cambie la
fisonomía de la cueva, cuando podamos, no digo zambullirnos, pero al menos
meter las manos en la bañera de la reina
o simplemente escuchar el murmullo del agua.
La cueva continúa, al parecer,
un poco más pero ya no nos adentramos más y deshacemos el camino que nos
llevará de nuevo a la superficie y a la anhelada la luz solar, a sentir en la
piel los aún templados rayos de sol.
Ha sido una experiencia
fantástica, pero hay que dejar la cueva atrás y continuar caminando, así lo
hacemos hasta llegar a una gran majada, junto a ella nos detenemos y almorzamos, detrás hay otros
establos en ruinas.
El compañero Alberto comenta
que la madera utilizada en la construcción de estas majadas es de enebro, como
antes ha ido compartiendo lo mucho que sabe sobre los espacios naturales y del
árbol protagonista de este entorno, la sabina, cuya aromática madera no le
gusta nada a las polillas.
Al finalizar el almuerzo
Julián se arranca a cantar una coplilla que ha compuesto para Soria paso a
paso, que aplaudimos como se merece. Es una suerte tenerle con nosotros, con
sus ocurrencias y sentido del humor.
Al poco rato divisamos más
majadas, lo que lleva a recordar la capa blanca tradicional de Villaciervos de
la fotografía de Ortiz Echagüe que lleva el título de Pastor Soriano, atuendo
que en 1868 también inmortalizó Valeriano Bécquer en sus dibujos sobre
"Tipos sorianos".
Las encinas, el tomillo
salsero, la jara… también van formando parte del paisaje que nos lleva a la
Ermita de San Cristóbal, es una pequeña construcción de mampostería, planta
cuadrada y tejado a cuatro aguas, que carece de cualquier elemento distintivo.
Sólo a través de su ventanuco y el filtro de una tela metálica se divisa una
sencilla escultura del santo a cuya advocación está dedicada.
Su misma simplicidad la hace bonita, como el
lugar donde está situada que goza de una magnífica vista, se divisa un extenso
paisaje de tierras de labor con los consiguientes contrastes de color, por los
diferentes sembrados o por los distintos momentos de la cosecha, desde el
marrón de la tierra labrada a los verdes más o menos intensos que iremos
encontrando en el camino de bajada.
A medida que nos acercábamos
al pueblo íbamos viendo con más detalle una bonita iglesia, recientemente
restaurada y destinada a usos culturales. Era la antigua parroquia, la nueva
fue construida en 1973 y mantiene la advocación de San Juan Bautista, en cuya
fachada destacan una imagen de la Virgen de la Leche de Inodejo, de gran
devoción en estas tierras, y otra imagen de San Cristóbal.
Dando un pequeño paseo por el
pueblo encontramos una fragua con los elementos para herrar a los caballos
dispuestos en la calle, me pareció interesante y todo un acierto. Allí mismo también
pudimos ver su arquitectura tradicional con grandes chimeneas cónicas y en una
de las casas, un horno.
Finalmente retornamos al punto
del cual partimos por la mañana y damos por finalizada la ruta, frente a la
nueva iglesia, donde se yergue esplendida la Torre del Reloj, construida en
1884.
Ana María
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