Por
fin llegó el día largamente esperado! El 23 de Septiembre de 2017, para quienes
tuvimos la ocasión y, a la vez, la satisfacción de andar por tierras
astur-leonesas, estaba marcado en nuestras agendas con letras de oro, ante la
expectativa de encontrarnos junto a las montañas más emblemáticas del norte de
la península: los Picos de Europa. Y dentro de este entorno, un enclave
especialmente simbólico, que condensa la atracción y el interés de cualquier
amante de la montaña y los espacios naturales, despertaba ilusiones contenidas por
admirar su encanto y espectacularidad únicos: el desfiladero del Cares.
Personalmente
tengo que decir que esta ruta me suscitaba emociones y recuerdos a partes
iguales. Recuerdos de un camino que realicé hace quince años, con billete de
ida y vuelta entre Caín y Poncebos, y que volvieron a hacerse presentes
aquellos que permanecían más vivos en la memoria o a redescubrir otros que
habían quedado en la penumbra del
almacén de los olvidos. Pero sobre todo una intensa emoción de poder calzarme
de nuevo las botas, colgarme la mochila y empuñar el bastón del caminante para
unirme a mis amigos/as y compañeros/as del grupo en la pasión que nos une por
dejar huella sobre nuestros pasos, tras
casi nueve meses en el dique seco por los motivos que todos conocéis. Y si bien
es cierto que algunas semanas antes ya había probado mis fuerzas en alguna ruta
por tierras de pinares, esta era la ocasión idónea para poner a prueba mi
maltrecha cadera y comprobar que la ilusión por el senderismo, la convivencia y
amistad con los compañeros y compañeras
del grupo, el gusto por la tortilla y la bota de vino campera…,no habían
sufrido merma alguna tras el largo período de obligada inactividad. Y a los
recuerdos y emociones, tengo que añadir un sentimiento de gratitud por las
muestras de apoyo que he recibido de vosotros y el interés que me
manifestasteis durante la ruta por saber cómo me encontraba. Gracias a
todos/as.
Pero
vamos al relato de nuestra aventura, que
comienza el día anterior. A las 16,00 h del viernes, 22, con inusitada
puntualidad, subimos al autobús y ponemos rumbo a tierras leonesas, en concreto
a Posada de Valdeón, lugar de pernoctación antes de iniciar nuestro camino.
Marchamos
19 entusiastas componentes del grupo en un autobús con capacidad para 50
personas. Así que el inicio no puede ser
más plácido: podemos estirar cómodamente las piernas sin molestar al vecino de
al lado. Y en un viaje relativamente largo como el nuestro se agradece esa
deferencia…. Necesitamos mantener tonificados y distendidos nuestros músculos
para la jornada que nos espera al día siguiente.
Parada
técnica en la localidad burgalesa de Olmillos de Sasamón para tomar café y
recrear la vista en lo más destacable de esta localidad burgalesa: un castillo
de 1446, aunque restaurado casi en su totalidad, que no fue construido con
intenciones defensivas, sino como un palacio de recreo o vacacional.
Actualmente está reconvertido en un hotel de 4 estrellas.
De
nuevo en ruta, nos dirigimos por la denominada Autovía del “Camino de Santiago”, hacia Guardo, para
desde allí tomar la carretera que nos lleva hasta la bifurcación que conduce a
Riaño, por una parte y Puerto de San Glorio, por otra. Seguimos esta última
dirección y antes de llegar al puerto giramos
a la izquierda para adentrarnos en tierras leonesas que nos llevarán
hasta Posada de Valdeón. La carretera es sinuosa y ascendente y la tarde va dando paso al crepúsculo hasta
encontrarnos a la entrada de Posada con noche cerrada. Hemos recorrido algo
más 330 Km.
Estamos
ya en Posada de Valdeón y primera sorpresa: el autobús no puede entrar al
pueblo a causa de un angosto paso de carretera que dificulta el acceso al
interior del casco urbano. Ningún problema: a escasos 50 metros tenemos el
hostal de hospedaje. Así que sacamos el equipaje y vamos andando hasta el
mismo, mientras dejamos que el conductor aparque el autobús en un pequeño
ensanche que hay justo donde ha desistido de seguir hasta el interior de la
localidad.
El
hostal está a nuestra disposición. Ningún otro huésped pernocta esa noche. El
reparto de las habitaciones ya lo habíamos convenido previamente, por lo que es
un asunto de puro trámite. Y la cena, a escasos metros del hostal, estuvo
animada y amena, como corresponde a un grupo que vive la ilusión de una
aventura cercana. Menú variado y productos típicos de la tierra para elegir:
sopa montañesa, jabalí estofado, empanada casera de atún y tomate….Tras la
cena, algunos trasnochadores no podemos resistirnos a visitar el único bar de
la localidad que todavía permanece abierto. Y como recuerdo, este cronista se
lleva la diminuta y original jarrita de cerámica donde le han servido el
chupito, previa autorización de la empleada del establecimiento a la consigna
de “yo no he visto nada”.
Hora
de descanso y deseos compartidos por todos de tener felices sueños (aunque
dudamos que nuestros deseos se hagan realidad). A las 8,00 h., y no antes, como
era nuestro plan, nos han programado la
hora del desayuno.
Día
23 de Septiembre. Amanece en Posada de Valdeón. El sol naciente besa las
crestas del macizo rocoso de Picos de Europa que se alza ante nuestra vista,
confiriéndole un luminoso color dorado crepuscular, en bello contraste con el
natural plateado que exhiben en su desnudez estas majestuosas siluetas pétreas.
Casi de noche todavía y al pie del restaurante
donde hemos hecho el desayuno, nuestra atenta y solícita Reme nos prepara para
la caminata: cinco minutos de estiramientos, flexiones y ejercicios de
calentamiento preventivos para tonificar nuestros tejidos óseos y musculares.
Partimos
de Posada hacia Caín cuando empiezan a despuntar las primeras luces de la
mañana. Tenemos un recorrido de poco más de 9 Km. El camino es llano, con
suaves pendientes de bajada que, por tramos, discurren por la misma carretera
que conduce a Caín. A pocos Kms. de la salida encontramos el primer motivo para
una parada y fotografía de grupo: el “Mirador del Tombo”.
Desde el mismo,
además de admirar la figura de un rebeco, homenaje a este animal habitual por estas tierras, se obtiene una espectacular
vista de las altas cumbres del macizo central y el curso alto del río Cares. Un
poco más adelante está la ermita bien conservada (al menos exteriormente) de la
Virgen de Corona y muy cerca de este enclave, en su ladera occidental, se
encuentra el llamado “Chorco ( o chorcu, en bable) de los lobos”, aunque no
tuvimos ocasión de conocerlo por quedar ligeramente alejado de nuestra ruta. Se
trata de una empalizada sobre un espacio del monte, que se va estrechando hasta
finalizar en un foso. A lo largo de la misma, se colocaban unos puestos de
vigilancia, desde los cuales se disparaba a las alimañas que entraban en este
pasillo para conducirlos al final del trayecto. Estos “recursos” para la caza
del lobo datan del siglo XVII y parece evidente que, en siglos pasados, el lobo
no era una especie protegida y sí un animal peligroso y dañino para el ganado
que pastaba por estos pagos y que constituía el medio básico de subsistencia para
las gentes del lugar.
Una
reciente y estratégica pasarela de madera y metal, fuera de la ruta que
llevamos, comunica las márgenes del
barranco que cubre su recorrido. El paso por la misma está prohibido (por
obvias razones de seguridad), y tampoco forma parte de la senda señalada, pero
nuestra osada curiosidad hace que nos acerquemos hasta ella y penetremos unos
metros en su interior para dejar constancia en nuestras cámaras fotográficas de
la singularidad del lugar.
El
camino que transitamos es agradable y cómodo en su recorrido, tanto por el
terreno como por el paisaje que nos acompaña. Corresponde a la flora y fauna
del típico bosque atlántico. Por
su flora disfrutamos de un bosque
frondoso, lleno de robles, hayas, fresnos, castaños, encinas, acebos…Encontramos
también algunas raras orquídeas y, en conjunto, una explosión de color que se
inicia en la primavera pero que, aún con el otoño recién estrenado, todavía se
puede contemplar en la parte más inferior del macizo rocoso. De la fauna poco
podemos hablar, ya que no se muestran a la vista los “inquilinos” que pueblan
estas latitudes, aunque sí tuvimos ocasión de admirar el vuelo señorial de
algunos buitres (además de la presencia
habitual por el macizo de águilas reales, quebrantahuesos o alimoches) y las
huellas evidentes y numerosas donde han hozado
los jabalíes que por aquí habitan. Lobos, corzos, rebecos….son otros tantos
ejemplares que ocupan estos montes, sin olvidar que el Cares es un río
salmonero por excelencia.
Por
fin llegamos a Caín. Antes de entrar en el poblado, rendimos homenaje a nuestro
querido Angel, por su excelente gestión de la actividad, haciéndole pasillo y
colocando en arco nuestros bastones como merecido reconocimiento a su acertada
labor.
Hemos hecho 9 Kms. y nuestro organismo se
encuentra todavía fresco y expectante antes de iniciar la segunda parte de la emblemática vereda que atraviesa los Picos
de Europa. Pero ahora toca reponer energías.
Nos espera una caminata de 12 Km.
Junto a una de las cafeterías que hay al inicio de la ruta descargamos las
mochilas y damos cuenta de las viandas preparadas al efecto: jamón, chorizo,
lomo, frutos secos y otros no tan secos,
etc.se dejan ver por poco tiempo antes de pasar al tracto digestivo, regados
con la inefable bota del tinto que ayuda a un mejor tránsito intestinal.
Nuestro entrañable sherpa nos advierte del tiempo que disponemos para
satisfacer nuestros estómagos y con la disciplina prusiana que caracteriza al
grupo, nos ponemos en camino en cuanto el guía nos advierte que ya hemos
consumido el momento de asueto gastronómico. Previo al arranque, algunos/as se llevan como recuerdo de
este lugar un bastón grabado con alusiones a la ruta del Cares.
Antes
de describir la ruta, es conveniente señalar que esta es consecuencia del canal
que discurre paralelo a la misma, y que se construyó entre 1916 y 1921 para la
formación de la central hidroeléctrica, situada hoy día en la localidad de
Camarmeña, construcción llevada a cabo
por la compañía suministradora de energía eléctrica a la cornisa cantábrica, aprovechando la
corriente de agua del Cares. Según las crónicas de aquel tiempo, en la misma
participaron unos 100 trabajadores, muchos de ellos llegados de Galicia, de los
cuales 11 murieron durante la
construcción del canal, dada la dificultad y peligrosidad de los trabajos
exigidos sobre aquel agreste lugar. Este
canal dio origen a la apertura de la
ruta del Cares, cuya construcción en 1945 tenía como objeto el
mantenimiento del canal. Tampoco debió ser fácil el trabajo realizado parta
este fin, ya que no todos los operarios que participaron en estas tareas
pudieron ver finalizada la obra. Todavía hoy pueden apreciarse con absoluta
nitidez las marcas de las barrenas que horadaban la piedra, para alojar en ella
las cargas de dinamita que propiciaba la voladura controlada de las rocas.
El
canal y la senda del Cares hoy nos parecen bien integrados en el paisaje. Una
obra de esta envergadura sería impensable ahora en cualquier espacio natural
por su enorme impacto medioambiental. Y, sin embargo, cuando en otras épocas no
había tantos medios técnicos para armonizar desarrollo y naturaleza, la
sabiduría y, por qué no, la pericia no exenta de un alto coste humano, han
permitido que admiremos esta maravilla técnico-ambiental en un espacio de naturaleza
privilegiada.
Comenzamos
nuestro recorrido desde Caín. Pasada la presa junto al pueblo, nos situamos
sobre la inicialmente cómoda senda que discurre casi a la misma altura que el
río. En un principio, esta vía
hipertransitada, también conocida como la “garganta divina”, transcurre por una
serie de pequeños túneles tallados literalmente en las rocas de la montaña y no
exentos de humedad, hasta que a los 2,5 Km. llegamos al primero de los puentes
que cruzan el río, el “Puente de los Rebecos”. Poco después, pasaremos por el
“Puente Bolin” para volver a cruzar de nuevo el río y a partir de aquí las
vistas se vuelven mucho más impresionantes, ya que la garganta se va abriendo y
la altura del camino sobre el río Cares va aumentando hasta llegar a superar
los 800 m. Tras el paso de este último puente y antes de llegar a Culiembru
(pequeña pradería en la margen occidental) entramos en otra parte no menos
espectacular, donde las paredes del desfiladero parecen mantenerse casi
pegadas. Estas masas rocosas caen a
plomo sobre el cauce del río y en sus vertiginosas pendientes no es raro
encontrar una manta de musgo que abriga a la piedra en su vértigo hacia el fondo del
barranco, como si quisiera acariciar las aguas del Cares.
Llevamos
recorridos algo más de 6,5 Km. desde Caín, donde hemos tenido ocasión de grabar
en nuestra memoria los lugares que nos
han sorprendido, las imágenes más impactantes que hemos podido recoger en
nuestras cámaras fotográficas, las impresiones visuales que más nos han cautivado y hasta hemos vivido el
instante bucólico de acariciar alguna
cabra, que por estas latitudes pastan, y guardar su imagen fotográfica…..Ahora,
ya en tierras asturianas, vemos cómo el camino empieza a marcar hacia arriba de
esa manera que a nosotros tan poco nos
gusta. La pendiente se nos presenta despejada y con una amplia perspectiva
visual de su recorrido. A la vez, se va haciendo cada vez más ascendente, lo
que unido al calor sofocante con que nos ha obsequiado este día de otoño, nos
exige alguna obligada parada para recobrar fuerzas, hidratarnos y aprovechar el
momento para disfrutar de nuevo de la amplia panorámica que nos ofrece el
desfiladero. Este momento de esfuerzo (llevamos algo más de 15 Km. desde que
salimos de Posada), unido al calor del mediodía, hace que alguna compañera
acuse estas circunstancias y se vea afectada por un golpe de calor, aunque sin
consecuencias para el feliz desarrollo del resto de la ruta.
Una
vez dejado atrás el paraje de Los Collados, el camino ahora se transforma en
una prolongada y, a veces, empinada cuesta descendente de unos 2 Km. hasta el
final de la ruta, que exige otro tipo de esfuerzo por las características del
desnivel y la dificultad del suelo, erizado de piedras puntiagudas, aunque
fijadas sobre la superficie, y sumamente deslizantes por la cantidad de
personas que a diario transitan sobre ellas. Pero el final de la ruta está ya a
nuestro alcance y, en mi caso, puedo decir que hasta resultó agradable este
último tramo, mientras detrás de mí marchaba un grupo de chicas jóvenes que
amenizaban el camino con canciones de Melendi, tal vez en homenaje al paisano
de estas tierras asturianas.
Escalonadamente
fuimos llegando a Poncebos, fin del trayecto. Habíamos completado un recorrido
de 21,5 Km. desde la salida en Posada.
Irremediablemente, la parada obligada y punto de encuentro del grupo era el bar
certeramente situado al final de la
ruta. Nos sorprendió la ingente cantidad de vehículos aparcados a lo largo de
la carretera que se adentra en Poncebos y se extiende hacia Arenas de Cabrales.
¿Tal vez goza de más adeptos la ruta inversa, Poncebos-Caín? No importa. La
belleza del lugar, el recuerdo que deja, la satisfacción que produce
completarla…. no restan un ápice de mérito en cualquier circunstancia o
dirección que se escoja.
Muy
cerca de nuestro punto de llegada nos esperaba el autobús, que había hecho
nuestra ruta por carretera para recogernos en el punto convenido, tras un viaje
de ….¡105 Km…! lo que nosotros hicimos en 21 Km. Este detalle nos da una idea
de la grandiosidad de este macizo montañoso y su expansión a través de las tres
comunidades autónomas que ocupa: Castilla y León, Cantabria y Asturias.
Son algo más de las 16,00 h. y nos esperan en Arenas de
Cabrales (7 Km. desde Poncebos) para ocupar las mesas del restaurante
previamente reservado. Menú atractivo y típico del lugar; fabada, ensaladas con
queso de cabra, bacalao con tomate, solomillo al cabrales…. Apto para todo tipo
de gustos y estómagos. Después de comer un breve paseo por el pueblo y alguna
compra del producto estrella de esta tierra: el queso de Cabrales.
Satisfechas nuestras necesidades fisiológicas más instintivas, emprendemos el regreso a nuestra tierra. Pero Angel nos ha reservado otra sorpresa: regresamos por una carretera distinta a la que llevamos y, apenas nos hemos desviado 5-6 Km. de nuestro trayecto, nos conduce a un lugar que nos retrotrae a nuestros aprendizajes infantiles de geografía: el nacimiento del Ebro, en Fontibre (Santander). ¡Cuántas veces habremos repetido como autómatas esa cantinela de que “el Ebro nace en Fontibre, cerca de Reinosa, provincia de Santander, pasa por….” ¡ Pues ahí nos encontramos para conocer uno de los puntos geográficos más representativos de nuestras cuencas hidrográficas. Un nacimiento manso, que forma un estanque o una reducida laguna por el estancamiento inicial de sus aguas, pero bien cuidado su entorno y adornado con un pilar que remata la imagen de la Virgen del mismo nombre en el lugar inicial de su génesis. No faltan las fotos junto al pilar y su Virgen, con la pancarta de nuestro logotipo que el boss Luis ha llevado hasta tierras asturleonesas, para dar lustre y renombre a nuestro grupo. La visita ha sido una más de las sorpresas agradables en el haber de Angel.
Cae
la tarde y nos vamos adentrando en tierras burgalesas. Todavía otra parada y
celebración conjunta del final feliz de la ruta en Barbadillo del Mercado, el
pueblo de Mercedes, que se muestra ilusionada por esta deferencia hacia su
pueblo. Tenemos suerte de encontrar un bar abierto (son más de las 22,00 h.) y apuramos la
última cerveza o el último café del día.
Satisfechos,
enfilamos hacia nuestra pequeña patria, donde llegamos a medianoche.
Ha
sido una jornada para el recuerdo porque hemos vivido, compartido, disfrutado,
ilusionado…con quienes nos gusta caminar, lo que nos gusta hacer, donde hemos
elegido ir, cuando hemos decidido salir…. ¡Larga vida a nuestro grupo y al
carro de ilusiones que tras él rueda por los caminos de nuestra geografía!
23 de septiembre de2017
Agnelo Yubero
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