El pasado 12
de Noviembre el conjunto senderista “Soria, paso a paso” se vistió de gala. Y
no tanto por la exhibición de nuestros vistosos cortavientos azules ( que
también),con el logo distintivo de pertenencia a un grupo aunado en proyectos compartidos, como por otros
motivos que enriquecen y revitalizan nuestro nexo de unión en el conocimiento de
entornos naturales. Por un lado, si en nuestras salidas ordinarias contamos
12-14 caminantes de media, en esta ocasión la asistencia de amigos, invitados,
familiares, etc., hizo que la participación en la excursión del día se elevara
hasta 45 entusiastas senderistas, animados por las expectativas de la ruta
elegida. Que no era otra, y este es el segundo motivo de nuestra puesta de
gala, que un relajante y distendido paseo por la Selva de Irati. Ya no es solo
la provincia de Soria el objeto de
nuestra curiosidad por acercarnos a parajes con encanto, aunque sea nuestro entorno
provincial el principal proveedor de
interés por la naturaleza y la geografía que recorremos. Tiempo atrás decidimos dar el salto de vez en
cuando y acercarnos a otros lugares que por su valor paisajístico, recreativo,
medioambiental, etc. merecía la pena visitarlos, disfrutarlos, recrearnos con
su belleza espontánea y aprender lo que la naturaleza, a modo de aula abierta,
nos enseña y ofrece a la curiosidad del
aprendiz esta lección de biodiversidad permanente.
Pero empecemos por el principio. La noche
anterior se hizo más corta en horas de sueño de lo que es habitual. A las 5,30
nos esperaba el autobús para, tras un viaje de 280 Km. aproximadamente,
acercarnos hasta tierras navarras e
iniciar la ruta que nuestro sherpa profesional, Angel, con el entusiasmo y
solvencia que le caracterizan, había preparado con exquisito cuidado, secundado
en otras labores de logística por Luis, el
boss de la banda. Y fieles a la cita, con puntualidad suiza, nos
encontramos acomodados en el autobús todos los participantes del evento, ante la severa advertencia (que no
amenaza) del presi, de que no se concederían “minutos de cortesía” a los más
impuntuales. Y casi sin tiempo para saludarnos, arrancamos hacia nuestro
destino. Salutación de bienvenida por parte del jefe Guerrero y en pocos
minutos adormecíamos en nuestros asientos para recuperar el sueño no consumido,
mientras el paso del tiempo anuncia lentamente la llegada del alba. Y poco
antes de clarear el día, Angel y Luis nos sorprenden con un ritual de
resonancias sanjuaneras, repartiendo
moscatel y pastas ante los sorprendidos viajeros, que agradecemos por el novedoso obsequio inesperado. A la vez,
Angel, con la mejor intención y empeño para que visualicemos gráficamente
nuestro paseo por la selva, nos hace
entrega del perfil de la ruta que vamos a visitar, pero que, para los legos en
cartografía, parece una fotografía indescifrable en blanco y negro ( con más
negro que blanco en su composición cromática).
Como en todo viaje largo, se hace
necesaria una parada “técnica” para aliviar nuestras vejigas. Hemos abandonado
ya la autopista y la carretera por la que transitamos carece de áreas de
servicio o instalaciones hosteleras donde satisfacer nuestras necesidades más
básicas e inaplazables. Así que no queda otro remedio que llevar a cabo la
evacuación de fluidos corporales en plena naturaleza, sin necesidad de tirar de
la cadena o apretar el botón de la cisterna.
Y sin
solución de continuidad, ponemos rumbo a nuestro punto de origen del recorrido
programado. Vamos dejando atrás pequeñas poblaciones o caseríos diseminados por
esta llanura navarra y tras cruzar Ezcároz ( donde haremos el almuerzo),
llegamos hasta Ochagavía, punto direccional elegido para llegar a la Selva de
Irati desde su vertiente oriental. La vertiente occidental tiene acceso por
Orbaizeta, pero nuestro guía y asesor de rutas, había trazado este itinerario
como el más apropiado para el objetivo fijado. Aun nos queda un tramo. Desde
Ochagavía, ascendemos por una sinuosa carretera, remontando el puerto de la
Tapla, mientras contemplamos desde el
autobús una magnífica panorámica del monte navarro: prados de vacas, sierras
peladas que se alternan en verdes colinas desprovistas de especies arbóreas,
eslabonadas y escalonadas según ascendemos y observamos desde distintas
perspectivas direccionales, con los puntiagudos picos nevados de los Pirineos
al fondo.
Y por fin,
poco antes de las 9,30 h., nos encontramos en la puerta de entrada al hayedo
que conforma la selva de Irati. Este impresionante bosque se encuentra entre
los valles de Aezcoa y Salazar (nosotros hemos entrado por el segundo), y está
considerado el 2º hayedo más extenso de Europa, después de la Selva Negra en
Alemania. Podíamos hablar de una triple riqueza de este entorno, sin menoscabo
de otras que encierran sus numerosos recursos medioambientales: paisajística,
la procedente de la fauna, y la maderera. De esta última se tiene
constancia que el bosque ha sido
explotado desde los siglos XVI-XVII, pero conservando bien la masa forestal,
sin agotar ni degradar el ambiente por su utilización con fines económicos. Es
lo que ahora llamamos un modelo de “economía sostenible”, similar a la forma
que se han explotado nuestro pinares comunales en la provincia de Soria, si
salvamos algunos excesos que se hayan podido cometer puntualmente, en algún momento y en alguna zona de nuestra
geografía más próxima.
Las hayas se combinan con los abetos,
conformando una masa forestal de 17.000 hectáreas. Todo Irati es una ZEPA (zona
especial de protección de aves), así como algunas zonas constituyen reserva
natural o reserva integral.
En cuanto a la riqueza de la fauna,
en Irati abundan los ciervos y otros animales en peligro de extinción, como el
pájaro carpintero, el pito negro y el
pito dorsiblanco. En nuestro paseo por su hábitat no tuvimos la suerte de
“saludar” a alguno de estos inquilinos más habituales. Parece que la presencia
de tanta gente no les produce ninguna emoción especial como para hacerse
visibles a nuestros ojos,
Y por último, el paisaje….La selva
despliega ante nuestra vista un abanico de contrastes cromáticos: verde oscuro
el de los abetos, ocres los de las hayas, que se van desnudando para el
invierno, verde claro el del musgo que se apodera sin piedad de rocas y
troncos. Todo un placer para la vista y un ejercicio de imaginación en este
bosque encantado, donde las hojas caídas de las hayas lamen el suelo, en agónica expresión de su
efímera existencia, pero todavía yacen complacientes en su último destino
formando una cama bajo nuestras pisadas,
a la vez que ocultan las piedras o
raíces de las especies arbóreas que se extienden a lo largo del camino, a modo
de advertencia al caminante del peligro oculto bajo sus botas. Todo el bosque
parece forrar de verde y tostado el pirineo navarro. La senda transitada es
relativamente cómoda, pero la humedad del lugar hace que el suelo terroso se
encuentre embarrado en numerosos tramos del recorrido, lo que contribuye a
extremar las precauciones para mantener el equilibrio. No obstante, alguno pudo
comprobar lo poco agradable que resultan
las sentadas repentinas sobre el barro, sin previo aviso. Afortunadamente, solo
fueron anécdotas aisladas, sin otras consecuencias para la integridad física.
Y a los pies del talud de este
bosque, en el relieve inferior de su asentamiento, el cauce sereno y secular
del río Irati, que da nombre al entorno, y que se hace bravo en algún punto del
recorrido, tranquilo y silencioso en otros y majestuoso al final de esta ruta,
donde forma el embalse de Irabia, finalizado en 1922. Y es precisamente aquí,
en la presa del embalse, donde descargamos nuestras mochilas para vaciarlas de
las viandas que, durante tres horas de recorrido, habían estado contenidas,
esperando la ocasión para su consumo. El variado menú de las provisiones se
hizo presente en el ambiente, pero sobre todo en la cara de satisfacción de sus
consumidores, tras una larga espera por encontrar el mejor sitio para disfrutar
de este momento.
De regreso al punto de partida, esta
vez por una ruta más corta de la que
hemos traído, mantenemos activas nuestras cámaras fotográficas, dispuestas a
captar la belleza del paisaje, el detalle que nos sale al paso, el colorido de
la frondosidad divisada, la singularidad del tronco partido en medio del
camino….y tantas escenas que nos causan admiración y sorpresa. Me ha parecido particularmente
curiosa, por sus dotes de observación, una instantánea de José Antonio, como ya
ha señalado Luis, que muestra dos troncos sobre el suelo con forma de dragón u
otro animal legendario, enfrentados entre sí y en actitud amenazante, prestos a
iniciar una pelea imaginaria.
Y tras 14,5 Km. de recorrido, según
la medición telemétrica de nuestra “sherpa” oficial, que es la fiable, llegamos
de nuevo hasta el parking donde nos espera el autobús, que nos trasladará hasta
nuestro restaurante del día. Pero antes procede el cambio de ropa y calzado. El
barro acumulado en las botas y en los
bajos de los pantalones ha sido considerable, el sudor resulta incómodo y un
descanso para los pies se hace inevitable. Y ahí, junto al autobús, al aire
libre, improvisamos un espontáneo vestuario para las tareas de cambio de ropa y
calzado, que nos permita tener una presencia más aseada y una figura externa más presentable a la
hora del almuerzo.
Camino de Ezcároz, donde haremos la
comida, Angel, con gesto paciente, se encarga de recordar el menú que cada uno
de nosotros elegimos en su momento, ante la demanda de algunos desmemoriados que
no recuerdan la elección que hicieron. Nada extraño teniendo en cuenta el
surtido de opciones que nos ofrece el restaurante y el tiempo transcurrido.
Hacia las 15,30 nos presentamos en el
restaurante, y entre plato y plato no faltan las bromas, las chanzas, los
comentarios e impresiones del día, los recuerdos de otras rutas, planes para el
futuro…En fin, la satisfacción en todos de haber realizado un paseo que formará
parte de emocionados recuerdos.
De vuelta a casa, hacemos una corta
parada en Ochagavía para visitar este bonito pueblo del Pirineo navarro, bañado
por el río Salazar como parte integrante de su geografía paisajística. Llama la
atención de esta localidad el rótulo esculpido en piedra sobre el arco de la
puerta, que reza “Estación patatera”. Sinceramente, no hemos visto ningún
cultivo de patatas por estos pagos, pero no queremos aventurar que el nombre se
deba al trasiego de este tubérculo por la comarca o a otros motivos más obvios.
Son poco mas de las 18,30 cuando
definitivamente enfilamos hacia Soria, mientras reciclamos en nuestro recuerdo
los momentos vividos a lo largo del día. Después vendrán los comentarios, las
impresiones, la memoria que nos deja este soleado sábado de Noviembre por
tierras pirenaico-navarras. Este humilde cronista se limita a poner letra a una
melodía que entre todos componemos, cuando fundimos nuestro entusiasmo
colectivo con el gusto por la
naturaleza. Después, el trabajo técnico
de música, imagen y creatividad que ya
ha preparado Angel, con el acierto que lo hace, permite prolongar en la retina y en la memoria colectiva la
belleza de los lugares visitados, los espacios admirados, la compañía que hemos
llevado…la satisfacción compartida de un día envuelto en la magia de un hayedo,
el susurro de un río, las hojas que crujen bajo nuestros pies en un camino
embarrado, los colores que el duende invisible del lugar nos presenta sobre la paleta de un bosque
encantado…
Agnelo Yubero
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